domingo, 29 de marzo de 2009

ROCK & ROLL IS NOT DEAD !



"Y creeis que es amor, pero es sólo selección natural de las especies.
Quereis ser elegidos a toda costa y por un instinto animal de lo más básico,
vais a terminar como el rosario de la aurora.
Uno pierde el norte y eso es peligroso... Muy peligroso..."

“Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí”







Mi adolescencia fue un soberano asco, como ya habréis adivinado, un asco y me quedo corto.

Crecí siendo el mismo niño flaquito que de niño y el milagro no se produjo por más que pedí a mi padre, Satanás, que me partiera un rayo, que me contagiara de alguna enfermedad lo más purulenta posible o me volara los sesos algún drogadicto de los muchos que con los años vinieron a vivir a mi barrio. Nada. Ahora entendía lo que era vivir en el mismo infierno. La adolescencia es el peor período en la vida de un hombre.

Tenía catorce años, calzaba un cuarenta y dos, no sabía peinarme bien y menos aun vestir sin que me ignoraran en la calle y me dejaran en paz. En el colegio dos tazas más de lo mismo. Como era tan delgado me metía en dos pares de pantalones para hacer que tenía las piernas más gruesas, lo mismo hacía con las camisas y camisetas y salía a la calle vestido como una cebolla dándome igual si hacía frío o si hacía un calor sahariano.

Con esto seguro os queda claro que estaba transformándome en un jovencito triste como la figura del Ingenioso Hidalgo: Ni me gustaba el futbol, ni me gustaba el mar, no me gustaban las drogas ni me gustaban las chicas y la música la descubrí gracias a las canciones más horteras de toda la Historia jamás escritas como la canción de Fame, Billy Jean, Like a virgin y las de Flashdance y Footloose. O sea, canciones que te sacaban de la cama con una patada en el culo a bailar y bailar. Siendo como yo era, feillo e inseguro estaba claro que jamás me atrevería a sacar a una niña a bailar nada de esto. Y así me fue toda la juventud ¡Todas las puñeteras niñas querían bailar como Madonna y nos veían atractivos vistiendo esos horribles calcetincitos blancos a lo Jackson!

A las fiestas iba solo a dejar la cooperación (pasteles y bebidas) y me regresaba corriendo a casa asustado de haber visto a tantas chicas jugando a ser mujercitas con los otros chicos de mi edad y, que estoy seguro que no eran mejores que nadie, sólo que yo era apático. Nada me atraía. Sólo quería leer todo el día, estudiar y estudiar, reventarme el cerebro y, si había suerte, me terminaría de matar el aburrimiento en la soledad de mi cuarto.

Con semejante panorama no es de extrañar que la primera chica que se acercó a preguntarme algo la dejase hablando sola intimidado por su seguridad en sí misma. Seguridad en sí mismo. Extraña cualidad que yo imaginaba que jamás tendría.

Por eso siempre rezaba para que alguien me asaltase y así morir rápidamente sin dolor ó con él, pero morir. Y luego imaginar a todo mi colegio llorando mi asesinato y de este modo cargar sobre todos mi muerte. Pero no. Nunca me pasó nada y tuve que aguantar años y años de burlas por: ser flaco, por vivir en un cerro, sacar buenas notas, no saber jugar fútbol con los chicos, voleyball con las chicas ni básquetbol con los chicos populares (que eran de otra raza más elevada), no saber como acercarme a una chica, no saber hacer abdominales y por no saber nada de nada de la vida. Estoy seguro que todos apostaron a que sería el último tarado de la promoción que se bebería una cerveza, que encendería un cigarrillo y que perdería la virginidad.

Para todos aquellos que apostaron: Ganasteis.

Y me iba corriendo a casa a imaginar mundos lejanos donde sólo entraba mi padre, Satanás, porque fue el primero que vino en mi ayuda, me escuchó y me hizo compañía hablándome al oído de países más allá de la cordillera de la costa, de gentes de distintas nacionalidades matándose entre ellas, hablando distintas lenguas para insultarse y tomando las armas para hacerse con los gobiernos de países pobres. Yo creo que me mostraba, en sueños, lo que era la vida y los deseos de la gente de Estados Unidos.

De algo había servido venderle el alma: no tuve riqueza material pero sí tuve libertad para crear. Escribía historias, dibujaba historietas y me perdía entre invenciones que diseñaba mi fértil cabeza enferma de aventuras. Y me iba directo al rincón de mi cuarto a escribir y no salía de allí nada más que para ir al colegio ocultando mi rostro de las primeras espinillas.

Don Luis ya no era más que un recuerdo y me dedicaba a intentar diseñar lo que sería mi vida sin él y sin sus consejos. De él sólo sé que murió en circunstancias desconocidas y nunca nadie nos vino a decir de qué ni dónde estaba. Con semejante muestra de insensibilidad de sus allegados (nosotros que éramos su única familia) aprendí a acallar los sentimientos y a no mostrarlos porque eso era signo de debilidad. Su muerte marcó lo que vendría a ser mi pubertad. Debo reconocer que una vez me enteré de su muerte algo dentro de mí dijo ¡basta! ya no eres un crío.

Desde ese día soy conciente de que me cuesta mostrar sentimentalismos. Me sequé por dentro siendo ese mi detonante y mi punto de inflexión.

Y entonces vinieron los días en el Liceo de Hombres. Para muchos fueron días gloriosos pero para mí fueron días de escapar de los delincuentes que quemaban los salones de clases, de esconderse en los baños donde todo lo cubría una espera nube de humo de cigarrillos y marihuana, botellas de alcohol que no pasaban por mis manos, de escaparse del colegio saltando los muros porque si te atrapaban te cubrían de pintura, de huir de una lluvia de piedras durante los recreos porque los más veteranos decidían enfrentarse al colegio de junto en las calles o en el estadio de basket que estaba a dos calles de allí, de empecinarse en no mostrar lo delgado que estaba y de huir cada vez que se hacían alianzas con el Liceo de niñas porque había que acercarse antes de clases y quedar con ellas en la Plaza de los monos e intentar ligar.

De sobra está decir que muchos de mis compañeros de clase eran más atractivos que esas chicas. Y decir eso ya da una idea de la belleza de las chicas que estudiaban en ese colegio. O era eso o era la cruel manera de vestirse de los años ochenta. La cosa es que nunca ligué y me tenía que conformar con ir solo a las fiestas del colegio y ver cómo las chicas se alejaban de mí como de la peste bubónica, y ver a los chicos agitando la cabeza al ritmo de una banda llamada Iron Maiden.

Algo que vendría más adelante, me diría que en mi vida la cosas no seguían el orden establecido que debía seguir como cualquier hijo de vecino. No. Algo en mí no funcionaba y el terror que sentía al pensar en ello era sólo comparable al miedo a que me rompiesen las piernas durante un recreo o que me partiese la crisma intentando saltar el maldito potro de las clases de educación física. Creo que una vez lo conseguí, pero nadie aplaudió así que aprendí que cada logro que obtuviese jamás le daría bombo para pasar desapercibido aunque mi naturaleza aullase por salir.

Para llegar a tener un semi buen gusto musical tuve que tragar mucha mierda: Modern Talking, todas las canciones de los Stock, Aitken & Waterman, el Rock latino, caer en lo más bajo (en los ochenta no había Operación triunfo ni nada de esa mierda feliz, pero habían otras, creedme) para dejar que luego Los Ramones, The Clash y Guns n’ Roses me reflotaran y rescatasen. Para esos tiempos ya había caído a mis manos El muro de Jean Paul Sartre y L’etranger de Albert Camus y fue como sentirme en la piel de Mark Chapman, el asesino de Lennon. Después de leer estos dos libros olvidé las lecciones del Principito, me abandoné a la indiferencia y dejó de interesarme absolutamente todo en mí. Sólo agradezco no haber tenido cerca una escopeta.

Y entonces, nunca es tarde para el buen gusto, les escuché. Me sedujeron, se acostaban conmigo cada noche y sus letras me hacían el amor desde un pequeño walkman. A ellos les debo el paso a otra concepción de la música.

Esa voz masculina y andrógina a la vez, cálida y húmeda, lujuriosa, sucia y blasfema en mis oídos me hacía sentir completo. Me entregaba a ellos y me invitaban a su cama y me toqueteaban entre todos.

“Me he entregado al pecado porque tienes que hacer esta vida soportable. Pero cuando creas que ya tengo suficiente, de tu mar de amor beberé otro río más”

Eran Depeche mode.

”Dolor, ¿Me lo devolverás? Me entrego. Una y otra vez me entrego ¿Me lo darás? Me entrego. Lo diré otra vez: Me entrego”

Me entregué.

Ahora que miro atrás sé decir con seguridad cuál fue la razón que me impulsó a seguir otro camino más claro a pesar de la oscuridad que me ofrecía. El camino de la libertad negada para muchos que no quieren ver. Era mi libertad que se revelaba en simples notas musicales.

Esa noche vino mi padre a mi cuarto, entre risas, a decirme que se aburría de mí y de mi vida y que desde ahora en adelante me empujaría con más fuerza a desvelar secretos que me harían ser el hombre que soy ahora.

Recuperé la confianza que siempre quise tener, dejó de importarme la selección natural de las especies, seguir los caminos que todos siguen, dejé de agobiarme porque nadie me elegía y recuperé el norte al fin.

Sacrifiqué todas las cosas que él me pidió, pero a cambio obtuve otras.

Otras cosas que ahora tu no tienes.

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