domingo, 29 de marzo de 2009

EL ENELDO


"Sobre todo, uno se plantea la pregunta: ¿Qué he venido a hacer aquí?"
Tristes trópicos – Claude Lévi-Strauss





Greco, a veces, era un chico admirador de las palabras de Smerdiakov (el hijo bastardo de Los hermanos Karamázov), consumidor de té helado y de Balzac, usuario del metro a Queens, fanático de los Rolling Stones, porque sin ellos no respiraba y todo el día venga a cantar el estribillo de Anybody seen my baby? como si fuera un gato herido de amor.
Le gustaba pasear por la ciudad e imaginar una vida junto a su amigo Mr exitoso al que solía llamar cuando le entraba la nostalgia de su país.
- Hola – le saludaban violentamente al teléfono desde el otro lado del mundo - ¿Aún trabajai’ en el 7-Eleven?
- Si. Estoy bien – respondía – Te he extrañado... ¿Porqué no te vienes a New York? ¡Podríamos estar juntos!
- ¡Estás tonto! ¿A hacer qué? ¿Quieres que vaya a repartir pizza allí? ¡Yo tengo mi vida en Chile y si todo va bien me voy a Barcelona a especializarme el próximo año!
- ¿Y nosotros qué?
- ¡Nosotros nada, huevón!
Greco colgaba el teléfono triste. Salía a caminar por las calles, se compraba un café de Starbucks y se liaba un cigarrillo paseando por Bryant Park. A veces lloraba, especialmente cuando Cristián le recordaba que había rehecho su vida con otro.
En poco tiempo su acento se había hecho irreconocible. Se había adaptado bien, pero tenía el corazón en Concepción, el corazón prendado del chico de calle Barros Arana que hacía cabriolas con su bicicleta por las tardes y por las mañanas tomaba las decisiones más importantes en el Puerto de Talcahuano.
Greco tenía puntos débiles como todo el mundo, pero hoy especialmente sentía todos esos puntos que se hincaban como clavos en la piel. Y aunque caminara mucho y cruzara el puente de Brooklyn una y otra vez, no podía dejar atrás el aroma del eneldo que le había perseguido hasta allí: el fin del mundo, New York.
Esa tarde, después de caminar sintiéndose ridículo por amar a alguien que no le amaba, decidió irse a Central Park, escapar de algún modo de las luces de la ciudad, observar la felicidad de la gente, los mapaches, los perros de las parejitas, las ardillas y los niños. Se entretenía arrojándole migas a las ardillas como si fueran palomas y pensaba ¡Qué va a ser de mí! ¡Qué loco estoy! ¡Soy un fracasado en la vida, no tengo nada, amo a un hombre que me hace sentir inferior y no se qué hago aquí! En ese momento lo más malo que podía ocurrirle es que Mr Exitoso se viniese a NYC ¡Si apenas llevaba 4 meses viviendo allí y estaba convencido de que había cometido el error más grande de su vida al no haberle dicho a quién quería cuanto le amaba y que el irse a NY obedecía a un deseo de que alguien le siguiese. Pero nadie le siguió y, peor aun, la ciudad estaba comiéndole.
¡Estúpido!
Greco se sentó en una banqueta, se secó las lágrimas y sonrió ¡Debería haberse comprado la camiseta de Radiohead para él! La camiseta negra de la calle 42 que ponía NY Fucking city tampoco estaba mal o aquella otra de God it’s busy...
A la distancia entre los árboles una chica se acercaba a los paseantes del parque y les susurraba algo a los oídos. Todos escapaban de ella como de la lepra. Ella entonces se acercó a él.
- Social Security...– le susurró, mirándole indiferente – ochenta dólares y te doy la resident alien now.
A Greco le sonó a venta de hachís. Luego se dio cuenta que por esos ochenta dólares podía conseguir la tarjeta de seguridad social y la de residencia que le hacía falta para dejar de ser ilegal y así conseguir un trabajo con más beneficios.
Ella se sentó a su lado. Se arregló el vestido blanco escotado estampado de flores caribeñas bajo los muslos y le ofreció un cigarrillo. Fumaba Newport Light como todos los boricuas.
- Don’t be afraid – le dijo ella – wanna smoke?
Greco se reclinó hacia ella lo suficiente para que se diera cuenta de la triste expresión de su rostro.
- Me llamo Athena – dijo la chica – te he estado viendo desde hace un rato y la verdad que te he seguido. Are u junkie?
Athena se levantó el vestido hasta la altura de su muslo izquierdo y sacó de él un pequeño paquete que llevaba adherido a la pierna y lo arrojó a las manos de Greco.
- Son los e-mails de mis hijos que están en República Dominicana y no me preguntes porqué. Yo también me pongo triste pero hay que sobrevivir ¡Este país no es para señoritos!
Greco no hablaba. No tenía costumbre de hacerlo con nadie porque estaba paranoico. Un rasgo por lo demás normal para él.
- ¿A qué te dedicas? – preguntó la latina.
- Tengo dos trabajos: uno de madrugada y otro después hasta las cuatro de la tarde. Luego los fines trabajo de camarero en un restorán portugués en Ossining.
Athena se levantó del banco perpleja. Arrojó la colilla del Newport al suelo y lo machacó con el tacón sin dar crédito a lo que escuchaba.
- ¡Tienes que vivir, mi pana! ¡Esa no es vida! ¡Tienes que vivir!
Athena se alejó mascullando palabras malsonantes. Greco se levantó de su asiento y sobre él cayeron como un rayo las sabias palabras de la chica
¡Tienes que vivir!
Miró hacia el cielo. Estaba despejado completamente y comenzaba a hacer calor en la ciudad. Abrió completamente las fosas nasales y buscó los aromas que le recordaban algo en aquel parque. Caminó hacia la calle 42 oliendo a la gente, los coches, la comida rápida y los cafés de Starbucks que invadían la ciudad y nada hizo que se le pusiera la carne de gallina ¡Era libre! ¡Tenía el camino despejado de pasados! ¡Podía comenzar otra vez! Pero antes necesitaba oler aquello que le recordaba a él y saber que ya no le provocaría lágrimas y echó a correr como un poseso por las calles.
¡Manzanas, alcantarillas nauseabundas, Jean Paul Gaultier, ropa de GAP, pasta italiana, curry de la India, coca cola, Tommy Hilfiger, café con canela, donuts, Sade y Lenny Kravitz! ¡Nada le recordaba a él! Hasta que llegó a una tienda de especias en Chelsea y pidió casi a gritos un frasco de eneldo. Lo pagó, abrió la botella y metió la nariz en ella cerrando los ojos hasta que una pequeña lágrima recorrió su rostro hasta llegar al mentón. Su boca dibujó una triste sonrisa y estuvo así, con los ojos cerrados y la gente alrededor por unos minutos para luego ignorarle.
¡El olor del eneldo!
Y Greco se fue. Alzó el vuelo de aquella ciudad de cemento eterno y viajó 4 meses atrás a un pequeño portal de la calle Barros Arana de Concepción donde el timbre no funcionaba y debías abrir la puerta dando un golpe, subir las escaleras corriendo y entrar en el piso casi de juguete donde le esperaba Cristián, el chico que amaba antes de haberse transformado en el señor exitoso, escuchando Bittersweet Symphony junto a su alfombra mágica, sus dos sillas plegables, sus folios con dibujos, su colección de discos exquisitos, su paquete de tabaco, su vino favorito y un pescado aderezado con eneldo preparado para los dos.
- Hola guapetón – decía siempre Cristián para recibirle.
- He comprado humitas en la calle – decía Greco y se sentía el chico más feliz de todo el planeta.
Se preguntó a sí mismo ¿Sabes lo que es amar a una persona? ¡Amar el olor de su ropa después de cocinar con eneldo, su aroma cuando duerme y cuando se despierta en tus brazos, la fragancia de su piel después de ducharse con ese jabón para bebés y no parar de ver una y otra vez las tres fotos que os hicisteis haciendo el payaso!
Greco abrió los ojos. Hizo el viaje atrás para despedirse de aquel tiempo. Había recorrido cada segundo de felicidad con Cristián y se había perdonado a sí mismo todos los tontos errores y los miedos que sintió incluso aquellos días cuando le visitó meses después en Temuco. Días de tormenta donde Cristián ya comenzaba a despuntar en alguien cruel e indiferente.
El frasco de eneldo escapó de sus manos cayendo al suelo rompiéndose en pedazos e inundando la tienda con su fragancia.
Cristián ahora es Mr Exitoso.
Greco ya no le amaba.
Greco ya le olvidó.

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