martes, 31 de marzo de 2009

PIES ...


Nena, nunca voy a ser un superhombre...

“Sueles dejarme solo”
–Soda Stereo –











El mundo se acaba el 2012. Hay que puro joder.

Me comería unos pies...

Mi jefe piensa que estoy como una cabra porque apenas hablo con nadie desde que me libré de ir a la cárcel por lo de las drogas en mi coche. Sólo sé que me estaba riendo de un compañero de trabajo que es sudamericano porque le acababan de despedir y, en la calle, le grité que eso le había pasado por ecuatoriano. Dos días después me paraba la policía y encontraban en el maletero de mi coche unos gramos de coca y una botella de vodka. No se puede ser tan rencoroso ¡La puta que los parió!

A veces me pongo sentimental en mi habitación. Me recuerdo mucho de una hija que tuve con una colombiana, pero que se fue de regreso a su país llevándosela consigo. Nada más me queda ahorrar para ir a verla el próximo año otra vez cuando ya haya aprendido a caminar ¿No decían que con Obama iban a cambiar las cosas?

En Estados Unidos hay muchas oportunidades para tipos como yo. Por ejemplo, siempre he soñado con hacerme rico de un paragüazo porque tengo las ideas claras; un montón de planes dentro de la ilegalidad porque sé que jamás me iban a pillar, y también tengo talento. Mogollón. Todas estas ideas se me ocurrieron en Colombia, caballero, donde acompañé a mi novia y a mi bebé de regreso a casa para que así vieran que no soy otro desgraciado. La policía nos registró en todos los aeropuertos y por más que yo les decía que tenía nacionalidad americana no me hacían ni caso. Nada de caso, ni esto. Todo era abrirse de patas como los pollos y registro por aquí y registro por allá incluso en los centros comerciales.

Durante toda mi estancia estuve dando paseos por la ciudad, tranzando con gentes raras que me ofrecían oportunidades de negocio porque sabían que podía entrar y salir de Estados Unidos cuando me diera la gana, pero yo no les escuchaba ¿Qué se creen que soy portorriqueño? A mí sólo me interesaba la ilegalidad allí, en su tierra, porque los americanos me dan un asco de muerte. Yo que sé, poner un puticlub, hacerme camello importante y ser un mafioso como Don Pablo, vender coches robados, negocios así, negocios de caballero fino. Pero por todos te sangran hasta la última gota. La guerrilla colombiana aún tiene el hocico metido en todos los negocios y no te deja crecer ni na’. Les tienes que pagar por todo como le pasó a un vecino de New Jersey que se enteraron que vivía allí y le extorsionaron todo lo que quisieron para no matar a su familia. El pobre terminó volviéndose a Colombia con el rabo entre las piernas. Colombia tiene buena gente y muy poca mala, pero la que lo es, es muy puñetera.

Después de un par de semanas decidí volver a USA y ahí estaba toda la familia de mi novia en el aeropuerto para despedirme con caritas de esperanza y yo con ganas de perderme para tener un minuto de claridad y pensar en un buen negocio rápido y así traerme a mi geba y mi bebé a Estados Unidos.

Ideas tuve muchas. Incluso hacerme representante de artistas olvidadas como la puta de Blondie. Iba a ir a su casa a golpearle la puerta para ofrecerle mis servicios, lo malo iba a ser enterarme si vivía en Brooklyn o no. Como no soy muy moderno, antes me voy a tener que coger un curso de Internet para aprender a usar el guguel ése a ver si con eso encuentro la dirección de la vieja ésta. Lo mismo ni vive en NYC . Esta idea, la verdá, que no es mía porque me la soplaron una pareja de filipinas en el metro que querían contratarme como chófer de limos, pero pa eso yo no valgo ¿Te imaginas un flipao’ de la vida por las calles de esta ciudad? ¡Iba a estamparme contra el Flatiron a la primera de cambio! ¡No vea, tío, si se montara en la limo el culo de la López!

¡Porqué tiene que ser todo tan complicado!

También tengo una idea buenísima para imprimir entradas falsas a conciertos y vainas de la NBA. Una vez un negro quiso venderme un ticket que se caía a cachos para ver a Madonna en el Madison Square Garden y casi pico, pero por na’ porque no llevaba doscientos dólares en el bolsillo, que si no, lo mismo la hubiera visto cantar eso del American Pai ¿Lo véis? ¿A qué es buen negocio? Imprimes tickets de conciertos, le pones un cayapo de ticketmaster, le pintas un logotipo chufle de SuperStar o Superpop o Superpolla o alguna de esas palabras que les gusta ver a los turistas japos, a las niñatas tontas y a las mariconas bailarinas ¡y ya está! ¡Doscientos dólares por calabaza y a ser felices! Y si lo de Madonna va bien me pongo con U2. Ahí caerían los de Green-pis, los socialistas, los leder y la madre que les parió. Basta que el Bono diga que sacan disco nuevo para yo forrarme de cabo a rabo.

Soy un poquito yonkarra, pero nada más que un poco. Al día me meteré un par de fideítos, pero de ahí no paso que yo no soy un marxista. No como la loca que vive en la esquina que ya ni me reconoce. Esa si que es drogata. El último atracón que nos metimos fue para un año nuevo y de esa vez que se quedó tonto perdío. La pobre se veía jodía en la camilla con los tacones que le sobresalían de la colcha. Si nos hubieran atendido rápido podríamos haber vuelto esa misma noche a casa y habríamos tenido party, pero no fue así, nos quedamos muertos de asco y ahí no mojó ni Dios. Y todo porque nos dio por probar el MDA. Yo salí bien pero ella se quedó estúpida. Nos llevaron de la discoteca en ambulancia a urgencias y nos dejaron tirados en una camilla porque no sabían si teníamos seguro médico o no y hasta que pudieron comprobarlo estuvimos al otro lado. Eso es lo malo de vivir en USA, es una mierda, te puedes morir y a todo el mundo se la sopla. Solo recuerdo que junto a mi camilla había una india ecuatoriana vestida con el traje regional quitándome la vía y bebiéndose mi suero.

La salud es muy distinta a como es en España, donde viví un tiempo. Aquí en América la vida humana se la trae floja a todos, aquí te puedes comprar un rifle en el supermarket y meterle un tiro al que te vende las entradas de cine porque te ha mirado feo. Los gringos son bastante imbéciles: se creen las noticias de CNN, viven en una burbuja creyendo todo lo que diga el gobierno de turno, llenan las Iglesias presbiterianas golpeándose el pecho mientras cantan gospel, se vuelven locos por los famosos degenerados como la zorra de la Paris Hilton y la tarada de la Lojan pero cuando una mujer muestra una teta en la tele se mueren de vergüenza. Son cartuchos, como se les llama en Chile a la gente pacata que parece que no rompiera un huevo y, estando a solas, los rompen por docenas.

El día del accidente con el MDA pensé en lo que estaba haciendo con mi vida pero no llegué a ninguna conclusión decente porque estaba hecho polvo ¡Cada día me parezco más a Lou Reed! Aunque después de eso como que me cuesta hilvanar las palabras y suelto unas perlas que lo flipas, colega. A veces tengo que pararme a pensar porque se me revoluciona el balón a mil por hora y me sorprendo a mí mismo dándole a la sin hueso con gente que no conozco de na’. Tuve una época chunga que me daba por hablar solo y soltaba mis rollos revolucionarios por la libertad del pensamiento, mis cosas con mis amigas lesbianas del club privado y mi debilidad por el ron Cacique. Por eso nadie quería darme trabajo, pero ahora con el Deli’s tiro pa’ delante haciendo unas horitas de madrugada. Por ahora no me queda otra que comerme el coco un poco más con algún negocio a ver si pego un pelotazo y triunfo.

Esos ecuatorianos me tienen enfermo; siempre intentando colarse con la caja registradora. Pero a mí me da igual como al cantante de los Ratones Paranoicos. Son gente sucia. No como nosotros los españoles con nacionalidad americana. Podemos ser delincuentes pero no se nos ve en la cara. A ellos sí. Lo malo es que no pueda decirlo libremente sin miedo a que venga uno de ellos y te vuele la sanguchera. Aunque los árabes son peores... como no entiendo ni patata lo que dicen. Eso lo llevo fatal.

Sólo quiero salir de New York porque estoy rallado. Las paredes del cuarto que he alquilado se me caen encima y odio el maldito cuchitril. Debería tener una familia unida ya, pero me da fatiga de sólo pensar que una vez la tenga dejaré de ser leyenda y ya nadie hablará de mí. Pasaré al olvido, pero si me pego un tiro con una escopeta como Cobain pasaré a ser un puto Dios. Lo malo es que no lo disfrutaré, pero eso da igual.

Cuando salga del curro me pondré los cascos bajo la lluvia y me pondré la cumbia sicodélica del flaco Horvilleur que me vuelve loco y la voy a tararear hasta que se me seque la garganta “Digo que es un sueño esto que nos pasa, todos están es guerra y yo escapo de casa para encontrarte en la playa...”

New York no tiene playa. New York me da asco.

Estoy mogollón de eufórico. Podría estar toda la noche escribiendo. Me pongo en el cuarto con un temita de Queen y lo flipo que te cagas. Es como cuando de chaval escuchaba a Pink Floyd sólo que ahora ya no está ninguno de mis amigos. Ese tamborileo de Innuendo de Queen me pone esquizofrénico, me pone a mil, me tiemblan las manos por coger la escopeta que tengo bajo la cama ¿Cómo puede un cantante entenderme tan bien?

¡Bang! ¡Bang!

Easy, easy, man. Me tengo que tranquilizar. No debí haberme metido esas vitaminas que se toman los negros con el logo de un caballo porque ahora no puedo parar. Tendría que salir a la calle a correr hasta llegar a Central Park como cuando vivía en Jerez de la Frontera y salía a dar vueltas corriendo por la Plaza del Arenal para tranquilizarme. Pero es chungo de cojones.

A veces creo que me incendio. Camino por las calles y es como si caminara en llamas. Eso me confunde. Quizá sea sólo porque tengo sangre latina, mucha sangre, y me circula como si mi riego sanguíneo fuera la pista de Indianápolis. ¡Uf, uf, quema, quema!

Otras veces me da igual ocho que ochenta. Me siento totalmente destinado a dar placer a todo el universo como si mi obligación fuera entregarme a cualquiera que me pidiera fuego; ahí, en el medio de la puta calle, me quitaría toda la ropa para que quien quisiera me poseyera como a un despojo.

Me conozco muy bien. Me conozco y no lo voy a dejar porque no me da la gana.

Los curas saltan convertidos en marsupiales en el medio de la vegetación. Quieren que me acerque a ellos y a toda su fealdad.

¡Hostias! ¡Estoy descalzo en la entrada del curro! Ya no me da tiempo a volver a por unos zapatos ¿Cómo pude olvidar ponérmelos? Se me va la cabeza. Últimamente me ha dado por oler los pies desnudos de la gente como a los fetichistas y en la taquilla del gimnasio lo paso muy mal. No hay nada que me caliente más que el arco de un pie, meter la lengua entre los dedos pequeños y dar mordiscos en los talones. El loco de Freud decía que los hombres heterosexuales fetichistas de los pies masculinos son algo maricas porque sustituyen el pene por el pie. No sé si es cierto, sólo sé que me encanta andar descalzo y me vuelven loco los pies de los tíos. ¡Enterarme recién ahora de esto que ya tengo un hijo! ¡Que putadón!

Me tengo que afeitar. La tía de anoche se quejaba mucho ¿Qué sentirán ellas cuando un tío con unos pelos como clavos le come la entrepierna? Un día lo voy a probar. Voy a salir a buscar al gato más guapo del callejón que se deje acariciar por mí.

La vida es circular, es como si no terminara jamás. Los mismos errores una y otra vez. Podría empezar a escribir de nuevo desde donde empecé y no me daría cuenta.

¿Pero qué voy a contar? Mi vida no es muy interesante. Me cabe toda en diez páginas de na’.

La libertad del pensamiento me enloquece.

Me comería un buen par de pies. Meterme un par de pies hermosos a la boca y darles bocaditos y llenarlos de saliva, dejar que las uñas se me claven por dentro de la boca, meterme los dedos pequeños por las fosas nasales y aspirar hasta extasiarme. El riesgo es el camino más intenso.

No estoy bien. Me he metido otro dinosaurio y tengo el cenicero haciendo una montaña de colillas. Debería salir al curro ya pero no encuentro mis zapatos.

Siento frío en los pies. Tengo una carta en el buzón de gente que no conozco pidiéndome dinero y si me niego van a matar a mi geba y a mi bebé en Colombia.

Hace tanto frío en esta ciudad, tiemblo por completo. Estoy rodeado de gente que me mira correr descalzo con la escopeta al hombro por Central Park.

No soy capaz de hacer nada bien.

Me comería unos pies...

LA MADRILEÑA


Era una noche más en el Safari Night Club,
piel morena llenaba las noches de ritmo...
“Exótica” – Cholomandinga -







Tacones nuevos de aguja negra, un buen peinado a estrenar, falda de piel de jaguar ajustadísima, blusa blanca prieta que amenaza con estallar con el candombe, labial rojo por las calles como un farol, perfume dulzón, medias de rejilla, un carterón y la esperanza de que esa noche la corones con un acompañante que te encienda los cigarrillos y te abrigue entre sus brazos.

Por las calles, que recorre el taxi, van cayendo desde la ventanilla del conductor una a una las notas de una cumbia bella que deja un rastro que seguirán los hombres de la ciudad. Sueñas con las escalinatas doradas que llevan a La Madrileña y con ver el revuelo que vas a formar al bajar del taxi al mostrar tus piernas contorneadas, un poco rellenitas, pero suculentas.

Ya se detiene el taxi. El chofer te sonríe ofreciendo estar por ti a las seis de la mañana.

- A las cuatro, querido – dices - porque a las seis sólo las fursias andan por la calle.

Te bajas como una diosa que sabe que esa noche sus ojos verdes encandilarán a los transeúntes que se detendrán a verlos de cerca para convencerse de que la belleza existe y vive en tu piel morena.

Divina. Te guardas el tabaco en el carterón. Siempre hay un galán que te coge de la mano y te ayuda a bajar como una gran dama que eres. Junto a la disquería, a estas horas cerrada, te esperan esas escaleras hacia el salón de bailes y escupes el chicle en la calle porque eres una diosa de carne y hueso. Hoy te has hecho un peinado espectacular y te has dado algunas mechas rubias que resaltan más el verdor de tus ojos. Subes pausadamente y das un beso cómplice al guardia de seguridad porque ya eres de la casa y le aceptas un cigarrillo encendido.

- Esta noche no dejes entrar a ningún roto de calcetines blancos – le dices sabiendo que él te va a obedecer.

Cruzas la puerta que da al salón al filo de la medianoche y ahí están tus amigas esperándote cada una con una copa en la mano. Liliana, la parlanchina y Tati la calladita, que antes de empezar a hablar suelta una gran risotada. Un camarero se acerca ofreciéndote una piscola que rechazas.

- ¡Jamás en la vida, roteque, esta noche champán!

Y ahí, en la otra esquina, están las museo de cera. Ese despreciable grupito de tres viejas que te odian a muerte porque eres bella y porque no te merece ningún esfuerzo tener al hombre que quieras cada vez que te de la gana. Si la envidia fuese comida, con toda la que esas tres segregan por ti, se podría alimentar a toda Somalia.

Por fin tienes tu copa de champán y la bebes de un golpe porque quieres ponerte a tono pronto y soltar tu cuerpo para el primer caballero que te saque a bailar la primera cumbia sabrosa que suelte tus caderas y te haga reír. Muslos contorneándose, dedos y brazos estirados, saltos de uno a otro lado y coquetas sonrisas traerá la noche a ritmo de cumbión.

“Devórame otra vez”. Piensas en su letra cada vez que imaginas a ese hombre deseado que te haga seguir sus pasos con decisión viril. Hay tantas canciones que te gustan. Las de Adrián & los Dados Negros tus favoritas, La Sonora Dinamita y Mala gata, los antofagastinos. Vas a bailarlas todas frente a las tres urracas mientras clavan sus uñas en sus copas y se estropean el esmalte rosa.

No paran de mirarte y no te amilanas; por el contrario, tu te creces más ¡Qué feas son! Ahora entiendes porqué les llaman así, porque están estiradas hasta límites insospechados, las tres se hacen un moño escandaloso como una corona peluda de mona y se enfundan esos vestidos que se han hecho con las cortinas del centro de madres de la Población. Las miras despectivamente a las tres: está la mayor de todas que es presidenta de algo y que un día tuvo fama de ser la mejor moviendo las caderas, la segunda, aquella más morena que es mala mala y, que incluso dicen que se metió a sus cuarenta años a estudiar inglés con la otra tercera envidiosa para hablar mal de los demás frente a sus narices y así quedar de estupendas y cultas.

- Esa va de buena onda y a la primera oportunidad habla mal de la gente a la espalda y, ahora con las clasecitas de inglés te imaginarás el ridículo que hace.

Te das la vuelta para escuchar a Liliana, tu amiga que habla de la envidiosa bilingüe. Te aburren pero son tus amigas y ya es hora de que les prestes algo de atención porque ellas son lo más.

- Querida – le dices – hoy vienes pintada como una puerta.

El tiempo se detiene. Ha entrado en el salón de bailes el hombre más bello que has visto jamás ¡Dios, es gringo! Lo auscultas de pies a cabeza y, horror de horrores, lleva calcetines blancos. Eso significa que le ha dado una suculenta propina al guardia de la entrada para dejarle pasar de ese modo. Es alto, rubio castaño, ojos oscuros, viste camisa blanca como de camarero y chaqueta sin corbata, pero se ha pedido una cerveza en botella. Descartado. Ya ha dejado de gustarte. Es un chulo de medio pelo y se lo dejarás a las envidiosas que lo miran embelezadas.

Liliana habla. Y cuando eso sucede te duelen los oídos.

- Déjame decirte que conozco de hombres, brutos y también galantes y a todos los respeto mientras se lo merezcan y el que acaba de entrar no se lo merece ¡Ni se te ocurra fijarte en ése!

- Muchas gracias, linda, tu sabes cual es mi manera de ser y de pensar – le respondes.

Te sientes segura. No te ha ido nada de mal en la vida, por lo que crees que haces lo correcto al no fijarte en ninguno de esos ordinarios que se cuelan en La Madrileña y la llenan atraídos por las trompetas de los Viking 5 y Tommy Rey. Te enciendes otro cigarrillo y pides una copa fuerte como un vodka naranja mientras mueves las caderas al ritmo de “su corazón que aún se siente palpitar en el viejo Galeón Español...”

Hasta ahora Tati se había mantenido callada pero se ha decidido a hablar. Eso quiere decir que está borracha como una mona y que pronto empezará a reírse de las museo de cera. Porque Tati es así, habla poco, pero cuando se ríe echa la sala de fiestas abajo, cosa que no te gusta nada, pero te aguantas guardando la compostura. Cuando Tati empieza a reírse de ese modo sabes que falta poco para pedirle las llaves del baño al guardia para encerrarla en el váter y sacarla a las cuatro de la mañana para montarla en un taxi que se la lleve a su casa que está a un par de manzanas.

Liliana, por el contrario, está todo el rato habla que te habla que termina por enfermarte, pero también te aguantas. Después de todo es la primera que liga y es la primera que se levantan de la mesa y ya no vuelve más.

Estáis rodeadas de jotes, como les llamas a todos los hombres que pululan por el salón de baile y entre las mesas abarrotadas de botellas y copas buscando una pierna que les abrigue al menos una noche.

- ¡Puta los güeones feos! – exclamas con un suspiro desesperanzador – todos son guatones, pelaos, hediondos a patchoulí y mal vestíos ¡Y seguro que están todos casados!

- ... Pero algo tenemos en común... Y es que somos MUJERES, y con eso me basta...

- Si, si, linda, tienes razón – dices desorientada porque no estabas escuchando absolutamente nada de nada de lo que dice Liliana.

Miras a la esquina. Las urracas envidiosas ya no están y te agobias ¡Jamás hay que perder de vista al enemigo!

- Linda – preguntas a Tati, que sigue hablando sola salpicando con su copa a todo dios - ¿dónde están las museo de cera?

- ¡Y a mí qué me importa!

Miras sus ojos vidriosos y piensas que tu amiga ya venía bebida de casa y está a punto de ganarse las llaves del váter porque te niegas rotundamente a pasar vergüenzas con una borracha y menos si a ésta le da por meterle mano a todos los hombres del salón de bailes.

- ¡Oye tu, el de los calcetines blancos, yo soy la menor de estas tres viejas! – grita Tati, que ya ha olvidado las formas.

- Querida, esto no es una despedida de soltera. Estamos en La Madrileña y hay que ser finas porque hay que pinchar ¿Me sigues, linda?

- ¡Qué atroz la Tati bebida! – exclama Liliana escandalizada.

- Vamos a hacer que se calle. ¿Tienes un porro para dárselo y que se quede frita?

- ¡Uffff! parece que les dolió el comentario. Ya saben que por más que hablen bajito yo soy medio bruja y casi siempre sé lo que piensan ustedes las viejas porque son demasiado predecibles ¡Me quieren meter al váter como el sábado pasado!

La más vieja de las museo de cera se ha plantado frente a ti con las llaves del baño que se mete a la cartera. Te echa una mirada de arriba abajo y se aleja al son de una cumbia sabrosa triunfante. Por delante aun quedan dos horas de aguantar a la Tati borracha y sin modo de esconderla de nadie.

Suena “Esta canción que canto, amigos, es una más de dolor...” y tus muslos empiezan a temblar. Hay que bailar con quién sea. Pronto serán las dos de la mañana, hora en que el maquillaje y el desodorante te empiezan a abandonar y aun no has visto a un hombre que valga la pena. En la otra esquina hay una mesa con cuatro muchachos rapados que parecen recién salidos del servicio militar. Liliana, que te mira leyéndote en pensamiento, te detiene.

- ¡Ni se te ocurra! ¿No te acuerdas de lo que pasó la semana pasada? Me llevé a uno de ellos a casa y me bebió toda la cerveza del refrigerador ¡Me costó tres días echarlo de mi cama!

- Lo tuviste tres días contigo, eso quiere decir que el chico tampoco te disgustaría.

Liliana se ofende. Le quita una copa al camarero de la bandeja y se la bebe al seco como una buena camboyana y te deja sola con la borracha.

- No te hagas la fina conmigo, chica, tu también estás como una perra por llevarte uno a casa. Si no fueras tan fruncía te iría mejor.

En el fondo sientes que ella tiene razón. Ser una mujer soltera a los cuarenta y dos no es fácil y menos en esta ciudad pequeña para tus aspiraciones. Cruzas el salón manteniendo el tipo hacia la ventana que da a Condell y te entristece ver lo que hay en la calle. Ves pasar uno, dos, tres y así un sinnúmero de taxis colectivos con gente que va a sus casas con su familia. Familia que tú no tienes y que has perdido la esperanza de tener. Vas a terminar como cualquiera de las tres “museo de cera”: operada, vieja, sedienta por jovencitos, borracha y con un carterón de Tacna de imitación colgando del brazo.

Los pelados del servicio militar corean una canción y te irrita porque crees que te cantan a ti eso de “Tarjetita de invitación”. Invitación de boda que tú nunca enviarás a nadie jamás en la vida.

Les das la espalda. Ya no estás en edad de aguantar niñerías, el instinto te falla y cada vez que das con un hombre que vale la pena resulta ser casado, separado con tres hijos, borracho, flojo e incluso, alguno muy guapo, termina por escapar de ti con su novio que, aunque es un hombre, le ofrece una vida mejor que la que tú podrías ofrecerle. Si no te hubieses bebido esa última copa estarías lo suficientemente lúcida como para deprimirte. Pero algo en tu interior te detiene y te dice que en algún sitio hay alguien para ti y te creces aún más porque no quieres terminar borracha como Tati; así, rodeada de amigas que sólo quieren deshacerse de ti.

Tus caderas se mueven solas con el “tomo para no enamorarme, me enamoro para no tomar” y la sonrisa vuelve a tu rostro. Tus ojos verdes no merecen acabar la noche así, sola como una perra arestinosa.

La museo de cera mayor se te acerca y te coge por un brazo ¡Cómo se atreve!

- Hola – te dice – yo sé que tu crees que yo y mis amigas te tenemos envidia y no es tan así. Es sólo que nos recuerdas a cuando nosotras teníamos quince años menos y nos íbamos de fiesta.
Enmudeces. La vieja aquella no parece tan mala gente o al menos eso dicen sus arrugas al reflejo de las luces de la sala de fiestas.

- Quiero presentarte a mi sobrino – continúa – No le rompas el corazón y baila con él porque es un poco tímido.

Le das las gracias aguantando una lagrimilla y te preguntas qué ha hecho que ella venza su orgullo y se acerque a ti.

- Mi sobrino es mudo – recalca ella - Espero que no te importe. Después de todo con el bullicio que hay aquí no harán falta palabras. Con mis amigas te hemos elegido a ti por ese afán de guardarte para un hombre que valga la pena y, además, porque una de tus amigas está vomitando en la barra y la otra está enredándose con los milicos. Has ganado por descarte.

Enmudeces. Tu también te has quedado muda. Alguien está de pie a tus espaldas, sientes que se te pone la carne de gallina y que un hilillo nervioso de sudor recorre tu espalda y se escabulle hacia tu falda felina. Te coge por el brazo y te quita el carterón para dejarlo sobre una silla abandonada. Con la otra mano te coge por la cintura y te invita a bailar con esos aires de saber exactamente lo que quiere de ti. Quiere bailar y hacerte feliz unos minutos. Ni más ni menos.

Y eso haces. Bailas sin palabras en el medio del salón. Las chicas del museo de cera ya no te miran con envidia, ahora te miran emocionadas por verte bailar ilusionada como ellas bailaban quince años atrás. Afuera, son casi las cuatro de la mañana. Adentro, en el salón de bailes de La Madrileña, es medianoche.

Afuera, en la calle, un taxista espera por una princesa para llevarla a casa sola. Pero se equivoca. La princesa de ojos verdes ya no necesita que la lleven porque ya tiene quien la lleve por las calles al ritmo de la cumbia sabrosa, al ritmo de su corazón.

“Cuando vayas a bailar, no te olvidaras de mí, pasito tum tum...”

LA SEÑORA MIHAU





Porque la Dra Romaria tenía que volver, porque las heroínas nunca descansan; se quedan quietecitas unos días pero apenas se huelen que afuera en la calle hay lío e injusticias, salen disparadas a echar un cable a quienes lo necesiten.

Bueno, bueno… pero antes de seguir… ¿Os habéis leído el cuento de la Doctora Romaria? ¿Qué no? ¿Pues entonces cómo vais a entender este? Venga, leer el otro antes y volver. Yo os espero aquí, en el segundo párrafo.

...
¿Ya?

Ese día, como todos los sábados, estaba la Dra. Romaria intentando lavar a su gatuno estelar y, toda empapada como estaba desistió al ver que no había modo humano de mojarlo ni cepillarlo con el peine para gatos rebeldes. Así que, ni corta ni perezosa, le endiñó la tarea a la Sra Mihau (pronúnciese “Nijau” como si estuvieras en China y dijeras “hola”) la que, sin remilgos, cogió el gato de las patas y le dijo amenazante: “Te vas a entelal, gato y la madle que te palío”

Vamos a detenernos un poco en esta señora achinadita que cuidaba y ayudaba en las tareas del hogar a la Doctora, y veremos que primero: En este tiempo ha estado yendo a clases de español en la Escuela Oficial de Idiomas y gracias a eso y a las charlas que se mete con los Hermanos Jevis de Gran Vía, día a día, aprende mogollón incluyendo palablotas… digo, palabrotas.

Segundo; su nombre se pronunciaba con “N” por puro error ya que en su DNI se habían equivocado de letra y le habían calado una “M” por toda la cara. Cosas que ocurren.

Tercero; bueno, creo que no había tercero. Ya me acordaré.

Como os contaba; una vez que el gato quedo limpiecito y la Sra Mihau bien rasguñada, la Dra Romaria se aprestó a salir a la calle, pero antes se acercó al ventanal con vistas a la estatua del ángel del Edificio Metrópolis y se perdió en su belleza. ¡Ah! ¡Qué estatua de mujer más hermosa, desnuda, alada y en la cima observando la ciudad! Dentro de su ser se sentía como ella: vigilante, atenta a cada detalle y al borde del abismo existencialista.

El gatuno le daba patatas con una pata en el abrigo para salir a la calle a echarse una vuelta por Lavapies (lo que pasa que el gato era un listo y sabía que en este barrio era donde más cosillas de comer le daban: desde restos de pescado hasta restos de bocatas y tapas como en el Bar Revuelta de Argumosa) así que la Dra Romaria no tenía más remedio que abrir el carrito de la compra para que se metiera dentro de un brinco y volviera a salir con un billetito para la Sra Mihau.

La Sra Mihau ¿qué era lo que iba a contar de ella? ¡Ah! Bueno, todo parece indicar que su historia debería ser exótica como las vidas de esas mujeres que nacen en países con volcanes en erupción, que crecen corriendo en pelotillas por la playa y luego las rapta un barco pirata donde las esclavizan vistiéndolas de sirenas para largarlas a las calles de Estambul a limosnear. Pero no. Nada más lejos de la realidad.

La Sra Mihau era (y ahora sí que estoy seguro) de un país largo como un fideíto que está al lado de Argentina -lo digo así porque en USA no sabrían decir donde está Chile en un globo terráqueo ¿Os lo podéis creer? - Aunque después de todo ¡Hasta ellos saben de donde es Maradona!

Vale, la Sra Mihau era chilena, del norte parece ser, medio atacameña, medio de Jujuy y de padres chinitos que emigraron por esas latitudes cuando la fiebre del cobre (fiebre que aun afiebra esos sitios) y que, con los años, se quedaron a vivir allí con los pulmones silicosos como le sucede a todo aquel que vive de la Minería. Creció bajita, porque sus padres y abuelos lo eran, y se quedó estancada en el metro sesenta coronada con una coleta que poquito a poco tornó a gris porque nunca se casó con ningún hombre. No por falta de ganas de tener una familia, que yo creo que las tendría como cualquier niña chinita en tierras desérticas, sino más bien porque desde pequeña la pusieron a trabajar de interna cuidando generaciones y generaciones de niños malcriados que iban al San Luis y niñas déspotas, pero muy cristianas, que iban al Santa María. Eso hasta que llegó el día nefasto que se encontró con uno de tantos niños que vio crecer y éste, avergonzado junto a sus compañeros de la facultad de Derecho, le dio la espalda dejándola con la palabra en la boca y la lágrima de felicidad por el reencuentro en la garganta. Y dijo basta.

¡Basta de cuidar niños ajenos!, basta de limpiarles la boca después de comer, de llevarles al colegio y traerles de vuelta, de aguantar las tonterías de las madres y los padres respecto a su alimentación, de ayudarles con las tareas, de disfrazarles en Halloween y de consolarles cuando los padres les ignoraban. Así, de tan menudita que era ella, salió una pequeña guerrera que decidió coger los ahorros de toda una vida para irse más allá de Juan López a buscar a quien le necesitase de verdad y, al menos le echara de menos.

Fue un momento algo triste hacer las maletas, pero no por lo que dejaba atrás (dos niños rubitos que terminaría de criar quien sabe quién) sino por lo poco que tenía para meter en su maleta que olía a nueva de la Feria las Pulgas de Antofagasta. Y dentro metió sus tres blusitas con dibujos de chinitos acarreando agua, su falda escocesa (si, tenía algo de mal gusto, pero si el gusto se midiera por todo lo que una persona puede aguantar trabajando sin parar a ella deberían darle un Oscar). Poco le costó hacer hueco para un montón de cartas de sus padres, que ya no estaban con ella, de cuando trabajaban en María Elena e intentaban convencerla que se regresara con ellos a atender el Almacén donde se compraba con fichas de juguete. Y poco más: unos libros en chino, unas alpargatas que se metía cuando le dolían los juanetes y un abrigo que casi nunca se puso.

Después del incidente con el niñato petulante se despidió de la familia donde trabajaba en calle Condell sin decir palabra alguna y con un sonoro portazo. Nunca sabré qué razón la llevó a negarse a aprender español; sólo sé que ella sola aprendió chino, inglés, francés y algo de ruso porque le dio la gana. Quizá sabía algo, pero puede que le haya dado cosa que se rieran de su pronunciación y el orgullo le pudo más. Sólo de este modo se entiende que todos los niños que cuidó hoy en día sea políglotas y algo petulantes, aunque ninguno heredó de ella su orgullo, valentía y sacrificio. Bueno, no exactamente, una de las niñas que crió terminó siendo monjita ¿eso cuenta?

De Chile sólo se trajo el recuerdo de la televisión de esos tiempos. Sus Sábados Gigantes y ese gordo que la entretenía tanto con el ¡Dispara usté o disparo yooo!, el Jappening con Ja y a la Mansa Woman (su heroína porque era una abuelita que se metía dentro de un frigorífico y salía echa un portento de mujer montada en una ridícula bicicleta y un paraguas), su culebrón preferido “Marta a las ocho” que dibujaba su realidad: ¡China!, a las ocho entran los niños al colegio, China que tengo prisa, china plánchame la camisa, china sírveme el almuerzo, china hoy no libras porque tengo invitados a cenar, china hoy libras porque no quiero que la vean mis suegros... Cosas así, del diario vivir de una nana puertas adentro.

- ¿Quién te va a contratar ahora así, vieja y coja, y encima con ese nombre de gato que tienes?
- ¿Dónde vas chinita, no ves que nos vamos el fin de semana y ahora quién se queda con los niños?
- ¡Que se queden los sueglos! – dijo ella cogiendo su maletita orgullosa y caminando hacia la puerta sin mirar atrás y sin decir ni media palabra más. El portazo sería como mil palabras a mil por hora. Y así fue.

Salió a calle Condell. Estaba nublado como se nubla todas las tardes de invierno en Antofagasta y se fue a una agencia de viajes de calle Latorre, se compró un billete a Europa (ya decidiría donde largarse, lo importante era irse lejos) y se metió en el principal hotel de la ciudad, hasta que llegara la fecha de su vuelo, quedándose encerrada con las ventanas cubiertas por unas finas cortinas para no ver los cerros de tierra, ni el océano Pacífico, ni el Club de yates de al lado, ni la piscina, ni la playa privada del hotel donde no dejaban entrar rotos, ni la Plaza de Armas que estaba más allá de la oficina de correos. No quería nada con la ciudad que la había ignorado toda su vida.

¿Eso de que tu ciudad no te extrañe debe doler, no?

Ahora, si me permiten, voy a darle un descanso a la Sra Mihau porque eso de las ciudades que te aceptan o rechazan es algo verdadero como un puño en alto. Antofagasta, la perla del desierto, había sido eso para ella: un puño en alto y cada vez que recordaba la mano del desierto la imaginaba como una gran mano de piedra que le decía ¡Adiós y no vuelvas más, china con nombre de gato!

Cada persona vive o debe vivir en la ciudad que le acepta y le acoge. Yo creo, incluso que las ciudades en función de su fecha de fundación, tienen signo zodiacal y todo. Por ejemplo, Madrid es sagitario dicen, y según esto es una ciudad que te acoge con las manos abiertas o te echa fuera así, sin términos medios. ¿Curioso, no? ¿Cómo será Santiago de Chile? ¿Buenos Aires será susceptible? ¿Hará frío en París? ¿Hacia donde vuelan las palomas en Caracas? ¿las voces de la llamada a la oración de Estambul viajarán por el aire hasta llegar a Jerusalén? ¿Podrías caminar tranquilo por las calles del Cairo? ¿Será realmente una maldición ser ciego en Granada? ¿Adónde podría ir la Sra Mihau con ese nombre de gato para empezar de nuevo y ser feliz? ¿Puede una vieja chinita, algo coja, empezar de nuevo casi al final de sus días?

Y la Sra Mihau se levantó de la cama y se montó en el furgón que la llevaría al aeropuerto de Cerro Moreno un día de invierno a la capital y de allí a España donde se quedaría en una pensión cualquiera a pensar dónde irse después, sólo deseaba mudarse a una ciudad donde tuviese la certeza que la extrañaría al irse si se iba, donde quizá echar raíces y ver otras caras que le sonrieran al ver su cara arrugada como una pasita.

Aun recordaba el día aquel en que salió del aeropuerto de Barajas y sintió el calor de la bienvenida y, valiente como sólo podía ser ella, se montó en un metro, que era como un gusano bajo tierra que la meneó hasta despeinarla y la escupió en Nuevos Ministerios. De allí caminó por la Castellana con la maleta con ruedas arrastrando hasta que se cansó y pidió un taxi para que la llevara a una pensión donde dormir por días.

El primer amanecer la despertaron los gritos de gente joven que chillaba por las calles de regreso de unas fiestas y gritaban algo así como el orgullo para arriba, el orgullo para abajo y eso le bastó para decidir que allí se quedaría; en esa ciudad orgullosa como ella con gente que vive en las calles y no se calla nada.

Cosas del destino, dicen muchos, pero el primer trabajo que tuvo fue en la misma pensión donde vivía fregando el portal – que era lo que mejor sabía hacer - y así, poquito a poco fue haciéndose conocida por los transeúntes que la saludaban al pasar calle arriba por Fuencarral. Los domingos se iba a darle miguitas a las palomas del Retiro y se quedaba embobada viendo las estatuas de los edificios de la Gran Vía especialmente en la estatua de un ángel que se erguía en el edificio Metrópolis. ¡Cuánta belleza en un simple trozo de metal!

Como era curiosa se acercó al portal del edificio que estaba al frente y tocó todos los telefonillos hasta dar con el del ático para pedir que la dejaran subir y ver la estatua de más cerca, aunque sospechaba que desde esa ubicación no le vería nada más que el culete. Subió las escaleras hasta la última planta, porque quién le abrió la confundió con alguien que repartía publicidad, y llegó boquifloja. Una extraña mujer pelirroja le abrió la puerta y le preguntó:

- ¿Sabe usted lavar gatunos?

Y así fue como la Sra Mihau conoció a la Dra Romaria, que siempre le abría el portal a los repartidores de publicidad porque ése era su trabajo y a nadie molestaban.

Puede decirse que las coincidencias existen o no. Pueden decirse muchas cosas bellas e inventarse cosas y hechos intrincados para disfrazarla de destino inconmensurable, pero nadie podrá decir que las coincidencias no son un milagro. Pequeños actos cotidianos pueden resultar en grandes aventuras, después de todo ¿de qué están hechas las coincidencias? ¡Pues de aventuras!

La Sra Mihau entró a la casa de la Dra Romaria haciendo hueco con el pie entre folletos, libros, papeles, discos, cajitas de música y vinilos hasta abrirse paso al balcón y, sin que mediara palabra, se le iluminó el rostro al ver de tan cerquita el culo del ángel y sus alas enormes. A su lado se plantó un gato anaranjado chorreando agua que se quedó ensimismado como ella ante tanta belleza.

- ¿Dónde está el baño pala el gato? – dijo entre sonrisitas recordando que sabía español – y muchas lenguas más – pero no lo practicaba porque no le daba la gana (cosas de chinita orgullosa)

Desde ese día, la Sra Mihau comenzó a limpiar y ordenar ese piso lleno de cachivaches, se propuso cuidar a esa pobre mujer sola que de vez en cuando se perdía por días y, cuando se cansó de pagar la hostal, se mudó con ella, le abrió una cuenta de ahorro y fue depositando allí un alquiler simbólico. Después de todo sentía que le debía más ella a la Dra Romaria por acogerla que al revés y, si había gastado tres partes de su vida en criar niños desmemoriados, que más le daría a ella ahora cuidar de una pobre vieja pelirroja y de su gato que a fin de cuentas la recordarían hasta el fin de los tiempos.

Así fue como la Sra Mihau llegó a la vida de la doctora: por casualidad. Y cada sábado ella se encarga de meter en remojo al gatuno que siempre vuelve oliendo a pescado de las pescaderías de Lavapies, los domingos acompaña a la doctora al Rastro a regalar vinilos viejos para que algún gitano le saque unas monedas, compra alguna planta, se comen un bocadillo de calamares y se echan unas risas con las mariquitas resacosas que van a echarse un baile a La Sista de La Latina, donde conocen al dueño, un hombre bajo y flaquito que habla a murmullos porque está traqueteomizado.

- ¿Está tlaqueteao? – intenta decir la Sra Mihau – pero aún le quedan palabras por aprender.

Para muchos la Dra Romaria no es más que una loca indigente sin casa (pero la tiene y ya veis, es una terraza con vistas al culo de un ángel), que no tiene qué comer, con un gato feucho que huele a pescado, y que a veces para evadirse se pone unos cascos antiguos para escuchar a Grace Jones. Pero ellos ven solo el exterior porque si se detuvieran verían que la Dra Romaria es otro ángel que recorre las calles de Madrid cambiándoles el nombre y confundiendo a los turistas, para ayudar a quién le haga falta. Para muchos esa es la doctora; una loca más. Para la Sra Mihau es su propia versión de la Mansa Woman; una mujer especial que ha trascendido la realidad de una ciudad y la ve con ojos de niño que en todo ven magia viva.

Puede decirse que la chinita esta, arrugada como una pasita, siente por la doctora lo que sentía Sancho por Don Quijote y, en pequeñas cosas, ven grandes aventuras a la vuelta de cada molino... digo, esquina. Por esa simple y poderosa razón jamás la abandonaría, no mientras ese gato huela a pescado.

Hay cosas que la Sra Mihau no entiende, como aquellos discursos políticos de ayuda al prójimo de la doctora, pero la apoya porque es su lucha personal y es que todos tenemos que tener una lucha particular por muy insignificantes que nos sintamos dentro de esta sociedad. ¡Hay que tener una razón para vivir! ¡Hay que dar hasta el último suspiro en búsqueda de la felicidad! ¿De qué vale vivir sin una meta? ¿Vivir donde te ignoran, morir donde te olvidan?

Y la Sra Miahu no dejó de luchar por ser querida por los que la rodeaban hasta que se hizo un huequito en las calles de Madrid y ya le conocían como la señora de la limpieza que curó del Síndrome de Diógenes a la Dra Romaria. Y todos se le acercaban cuando iba al super.

¡Ay Sra Mihau mi gato no se deja lavar! ¡Mis niños no quieren comer! ¡Qué va a ser de nosotros! ¡Cuando se enteren en casa me van a matar! ¡No encuentro trabajo! ¡No encuentro el amor!

A todos ellos les remitía a una habitación a solas a pensar. Pensar en sus vidas y lo que querían de ellas. Pensar hacia donde iban y hacia donde querían llegar.

Esa era la Sra Mihau, otra idealista.

No en pocas ocasiones tenía que salir a buscar por las calles a la doctora y siempre la encontraba en el bar de los hermano Jevis de la Gran Vía charlando sobre la vida y terminaban liándola en una de esas charlas sobre hacia dónde va la Humanidad. En esas reuniones bajo las luces de los edificios, se distraía y se alejaba un poco para comprarle el arroz a todos los chinos que vendían comida por la calle y regalarlo a las prostitutas y a todo aquel te tuviera hambre, qué más daba. ¡El hambre es el hambre en todos los idiomas y culturas!

Yo creo que ya no hace falta decir que la Sra Mihau era china como el bambú, y aunque estaba arrugada como una pasa, siempre tenía una colleja guardada para todo aquel niñato que escupiera en su ciudad ¡Su ciudad!

¡Sra Mihau, por dónde andarás! Este domingo me voy al Rastro a ver si os veo por ahí regalando los vinilos que lleváis en el carrito de la compra y, si no os encuentro, me iré a tomar una cerveza a La Sista y le preguntaré al viejito traqueteao’ si os ha visto pasar.

Porque mujeres como vosotras deben existir, ¿no? Porqué no iban a hacerlo siendo que toda ciudad, independientemente del signo que sea, siempre necesita habitantes como vosotras para dar la bienvenida a los nuevos que llegan y el hasta pronto a los que se van.

Vosotras no os vayáis nunca. Sin vosotras ¿qué sería de Madrid?

EL PEDERASTA


Sé que ya me has juzgado y ni siquiera he comenzado a contar nada.

Este es mi verdadero yo.

Mi historia comienza de jovencito cuando tenía problemas en casa con mi padre, problemas que no voy a contar aquí porque ya están superados a mi modo, problemas que mi padre se llevó a la tumba. Escapé de casa porque lo necesitaba, necesitaba probar que era capaz de explicarme esta vida a mi modo y con mis propias leyes. Y así fue. Había otra persona dentro de mí que quería salir.

Se podría decir que me construí a mí mismo según mi propia escala de valores y sobreviví vagando por las calles de la capital, donde me escapé, esquivando sinvergüenzas en busca de un trabajo decente con sólo dieciséis años y, después de golpearme por años en todos los aspectos terminé trabajando en una triste oficina que, con los años pasaría a llamarse consultora de algo. De lunes a viernes era una vida perfecta la que tenía: estaba soltero, alcancé un poder adquisitivo decente y me daba mis caprichos. A mi familia la olvidé. Los fines de semana me escapaba por ahí a jugar el papel de salvador de chicos. Me iba a los bares y las calles más oscuras buscando a los más desvalidos para ofrecerles una vida mejor; ofrecerles lo que nadie me ofreció a mí cuando lo necesité. Les compraba ropa, revistas, vinilos, les dejaba vivir en casa a mi costa y les daba todo lo que mi sueldo me daba a mí. En el fondo fui un buen padre para todos ellos.

Uno de estos chicos era Miguel, que era un pequeño diablillo muy listo. Desde el momento que le vi pidiendo que le invitaran a una copa en Bellavista sospeché que sería mi perdición y yo su salvador. Llevaba un carné falso y tenía dieciséis, pero yo pasé de largo este detalle hasta que un día, invadido por el miedo y la culpa, llamé a su casa y sus padres vinieron por él desde la cordillera. Nunca vi un par de padres más agradecidos. El chico estaba desaparecido desde hacia semanas y por poco no me cae una buena a mí por ir de buen samaritano. Gracias a Dios todo eso duró lo suficiente y después de aquella mala experiencia me contuve de recorrer las calles en mi coche y cuidé de no recoger a nadie camino a casa.

Pero no se puede escapar a la naturaleza humana. ¿O tu crees que sí se puede?

En el jardín hoy he aprendido los días de la semana gracias a Blancanieves y los siete enanitos que son los días. Mi preferido es el enanito gruñón que es el día miércoles porque corta la semana en dos e indica que el fin de semana está pronto a venir y podré dormir hasta más tarde y luego jugaré todo el día en el cerro a construir ciudades con tierra. Me gusta jugar con las hormigas negras que hacen filitas y arrastran hojas de plantas para meterse en un hueco en la tierra. ¿Cómo lo harán para organizarse con la comida? ¿Harán ciudades bajo tierra? ¿Y si llueve no se mete el agua por los huequitos y no se mojan?

En mi vida son todas preguntas, nunca nadie me dio una respuesta a lo que sentía contra mí mismo, nunca. Caminaba por las calles del centro, entre los recovecos de los cines X y las cervecerías y la gente me miraba como si lo llevara escrito en la frente y se apartaban tanto como yo me apartaba de ellos. Era como un maldito que nunca aprendió a actuar según el día de la semana que vivía.

Necesitaba vacaciones lejos de la capital. Me ahogaba. Recorrer caminos y destinos circulares no le hace bien a nadie. Para airearme planeé un viaje al sur en tren. Corría el verano de 1997 así que me junté unos días y decidí hacer este viaje nostálgico para replantearme mi vida porque no quería vivir como aquellos europeos que se van a Tailandia a buscar jovencitos.

En un primer momento pensé en hacer este viaje con algún compañero del trabajo que quisiera venirse conmigo pero mis pocos amigos tenían planes alternativos más entretenidos que recorrer el sur con una mochila al hombro; algunos estaban casados, separados o tenían novia, otros preferían viajar con paquetes turísticos contratados con todos sus hijos y a otros simplemente no les atraía lo más mínimo esta estúpida idea. Sólo yo sentía en el pecho que aun era joven. Así que decidí irme solo.

Me monté en el tren al sur una tarde soleada en Santiago y partí sin saber qué sería de mí. Tenía veintiséis horas para recorrer mi vida y decidir, asta llegar a Puerto Montt, convencido que allí estarían las respuestas que necesitaba envueltas en un paquete de regalo abandonado en la estación. A pesar de mi angustia el viaje fue fabuloso y llevadero gracias a la vista de aquellos niños que vendían frutas en cada parada. Habían más mochileros como yo que cantaban y tocaban la guitarra buscando respuestas en las letras de Silvio Rodríguez, pero no hay respuestas en las canciones. Allí sólo están los sentimientos del autor y no los míos.

En casa se van a enojar conmigo porque me he meado en los pantalones sin querer. Es que me da vergüenza ir al baño y mear con todos esos niños y niñas con sus cosas al aire. Me han puesto junto a Blancanieves, en la pared, junto a otra niña que se come los mocos y siempre llega despeinada al jardín. Si puedo me escapo porque cuando vengan a buscarme a las cinco seguro que me pegan. Si la profesora no se da cuenta me pondré junto a la ventana para que se me sequen los pantalones con el sol. Y si me pregunta algo le diré que me aburría y me puse a jugar con un tren en el suelo.

Esa noche soñé con serpientes envueltas en el ruido del tren que venían siguiéndome desde la capital. Y desperté. Creo que llovía y a la distancia vi rayos luminosos señal que los problemas no se irían. No mientras moviera mis pies.

Al amanecer del día siguiente me despertaron los chicos que se colgaban del tren de camino al aserradero, hacha al hombro, a la tala. Me siento como un perro olisqueándolos a todos porque no hay nada más sabroso que el sudor de un chico joven.

Había una niña que no tendría más de dieciséis que llevaba un bebé en brazos sentada frente a mi lado. Iba acompañada de un chico que parecía su novio que apenas hablaba. El chico se bajó en una de las ciudades del sur y nunca más supe de él y sospecho que ella tampoco. En un momento en que trabamos amistad ella me dejó el bebé en brazos para ir al baño. El bebé era precioso y estaba hambriento. Saqué de mi mochila una caja de leche y se la dí gota a gota como si le amamantara. Algo dentro de mí me carcomía, me estaba matando. Las manos de ese bebe que apretaban mis dedos gigantes y su mirada transparente me atravesaban.

Todo el mundo conspiraba para enloquecerme de un momento a otro; los niños que insistían en que les comprara fruta en bolsas de plástico, los chicos del aserradero, el camarero que era muy jovencito y no paraba de mirarme para que le comprara y le salvara de su vida desgraciada.

Hay un niño de cabeza muy grande que está todo el rato mostrándome sus dibujos y son muy lindos, pero no para. Como no le hago caso me los pone en la cara y luego se ha entretenido tirándome los lápices de colores al delantal. Como me ensucie le parto la cara porque si llego más sucio de lo que ya estoy en casa no querrán hacerme el disfraz de payaso y mañana no podré venir como los demás a festejar Halloween. ¡Quiero venir y que todos vean el traje de payaso brillante que me está haciendo mi tía! Quizá tenga suerte y venga un circo al jardín, y si me ve el payaso jefe quizá pueda salir en la función con los leones. La profesora me lo prometió si no vuelvo a mearme en los pantalones.

Para el resto de niños del kinder seré el mejor de los payasos y todos se reirán conmigo.

Para el resto de pasajeros del vagón somos como una feliz familia de jovencitos irresponsables: yo, el bebé y la chica. Todos se han acostumbraron a vernos juntos aunque por dentro me muero de ganas de comerme ese bebé y a su madre a besos.

No paro de sudar como un animal y el bebé se resbala por mis manos así que se lo he regresado a su madre. Hablando con ella supe que se había quedado embarazada del chico que le abandonó al bajarse del tren y ahora iba de camino a ninguna parte con el hijo de ambos de regreso a su casa donde le esperaba su madre y su padrastro. Era una niña hermosa y era su fortaleza lo que más acentuaba sus mejillas sonrosadas.

Por la tarde ella tuvo frío y le dejé mi saco de dormir para que se abrigara con el bebé. Como única comida se comió una manzana verde y al bebé le daba de mamar. Cuando éste lloraba ella le daba el chupete ensalivado antes por sus labios y el pequeño se dormía.

Por la tarde se ha nublado y me ha dado mucho frío así que la profesora me ha dejado una manta para echarme la siesta con los demás. Pero en un descuido suyo le he dicho que ya he aprendido a mear y me ha dejado ir solo al baño. ¡Por fin podré escaparme a casa! Si tengo suerte llegaré calladito, me cambiaré el pantalón y le diré a mamá que nos han dejado salir antes para poder probarnos los disfraces del día siguiente. Mamá seguro se pondrá contenta.

En mi interior sabía que no podría escapar a mi naturaleza y apenas el tren se detuvo en una estación decidí desaparecer. En el bolso de la chica metí algunos billetes que sé que le vendrían bien. Mi corazón no daba para más y corrí hacia la salida de la estación muerto de miedo porque sabía que Dios me estaba mirando.

Vagué por la estación e hice parar un autobús al norte de regreso. No sabía adonde ir, estaba completamente desorientado y por cada esquina que doblaba aparecía un maldito niño con fruta embolsada.

Brinqué dentro del autobús a la capital de donde había salido completamente avergonzado por intentar escapar de algo que no conocía pretendiendo que las soluciones cayeran con la lluvia. Había sido todo un error ¿dónde pretendía ir si mi naturaleza iba conmigo?

Me bajé en Talca, al día siguiente y vagué con la mochila a hombros alrededor de su plaza de armas y me senté en una banqueta que daba a una esquina y sin querer me vi rodeado de un grupo de niñas gitanas que insistía que les fotografiara con sus vestiditos de colores. Les hice la foto con mi cámara y me largué a toda prisa. Al llegar a la esquina un coche se detuvo y un extraño hombre bajó la ventanilla. El hombre aquel no tendría más de 35 como yo, pero quizá le llamó la atención que yo no representara mi edad.

- ¿Te llevo? - me preguntó.

El extraño usaba gafas y parecía un profesor de primaria; vestía traje y fumaba un cigarrillo. Al mirarle a los ojos asentí sintiéndome reflejado en su mirada.

- Podemos pasar un buen rato – me dijo – Vivo cerca de aquí.

Menos mal que vivo cerca, como a dos calles del jardín así que le ahorraré a mamá el venir a buscarme aunque no debo abusar de eso porque ella me ha dicho que a medida que crezca los colegios me quedarán más lejos. Incluso la universidad puede que me quede en otra ciudad y ella reza para que vaya a ella. El crecimiento es así, como cuando los pajarillos aprenden a volar; la mamá pájaro les enseña a volar a los pajaritos hasta que se alejan más y más y ya no vuelven nunca más. Yo le he prometido a mamá que aunque vuelve muy lejos siempre volveré a casa. A veces me dan ganas de saber lo que pasará cuando sea grande.

Quizá aquel extraño hombre me de respuestas porque hace lo mismo que yo hago en la capital, el mismo deporte. Estuve hablando dentro de su coche unos minutos y me di cuenta que él no buscaba respuestas como yo, sólo buscaba diversión. Estaba acostumbrado a lo que hacía y le divertía que la sociedad le viese como una persona respetable. De él no aprendería nada.

Él me llevó a su casa. Entramos y me sirvió una cerveza sintiéndome como un niño que sabe que le van a hacer algo muy malo. La casa estaba cubierta de pared a pared por crucifijos e imágenes religiosas, cosa que me dio mucho asco. Me cogió de la mano y me llevó a través de un pasillo que terminaba en una pequeña puerta que comunicaba a una sacristía.

Era sacerdote, uno muy joven cuya belleza destacaba aún más con la luz de aquella pequeña iglesia.

- Ayúdame por favor – le pedí.

¡La puerta está cerrada! Voy a tener que salir por la otra que da a la reja de colores y me la voy a saltar ahora que la profesora ha salido a hablar con las otras tías.

Subiendo por el patio de conchitas hay un camino que lleva a las rejas del jardín infantil y ahí hay un hueco por el cual puedo salir. Si me doy prisa nadie me verá y llegaré a casa antes que salga mamá para venir a buscarme.

- Me voy ¿cómo salgo de aquí? – le pregunté amenazante y su mirada lasciva desapareció de inmediato.

No puedo vivir así toda mi vida buscando la felicidad en lo que a otros da dolor.

Me miró asombrado y cogió una pequeña biblia para instarme a rezar, pero dudo que las escrituras me diesen respuestas a un sentimiento humano tan fuerte. Así que dí media vuelta y me fui dejándolo de pie en aquella pequeña iglesia.

Salí a la calle y caminé perdido en esa ciudad tan pequeña. Muy cerca de allí había un jardín infantil y me senté en una banco junto a una camioneta aparcada. Antes de anochecer alquilaré un coche para regresar a la capital, pensé.

Este no era el día en que yo iba a cambiar mi vida. Nada va a cambiar nada por más que yo quiera. No puedo dar gracias a nadie, no me puedo redimir, me siento como un asesino al volante que conduce a un abismo para despeñarse.

Suicida, así me siento, suicida a manos llenas. Suicida que da cortos paseos por el cerro San Cristóbal, suicida que admira cuadros pintados en otras épocas por otras manos con talento, suicida que lee libros temáticos, suicida que no tiene la suficiente valentía para aceptar el camino que alguien eligió por nosotros, alguien que pone en nuestro camino los desvíos a la ruta principal.

Acabar mi vida no me va a dar respuesta alguna. Quien decide escaparse de ese modo no soluciona nada, no es valiente por no tener miedo a la muerte.

¡Suicida, es a la vida a la que temes!

¡Hay una camioneta que es como la de papá! ¡Es igualita! Seguro me han pillado que me meé en los pantalones y han venido a buscarme. Habrá sido la profesora que llamó a casa para acusarme por meón. Me metí bajo el hueco de la reja y he salido a la calle pero me he raspillado las piernas con las conchitas. Si me quedó sentado en la acera un rato dejará de sangrarme.

Cuando crezca quiero ser muchas cosas: bombero, policía, astronauta y explorador para ir a la legión extranjera y conocer el desierto del Sahara. Si me porto bien y estudio mucho la vida me alcanzará para todo eso y más y si soy bueno y estudio más aún quizá pase a ser jefe de los astronautas y les diré que nos vayamos a vivir a Marte para ver por las tardes como La Tierra se pone en el horizonte. Mi padre me dice que salga a la calle a jugar con los otros niños pero yo quiero estudiar para ser muchas cosas y tener muchas novias (en el jardín tengo cuatro, pero hay otra que un día me dio una manzana así que yo creo que tengo cinco)

¡Mi vida va a ser súper entretenida! ¡Lo juro! Y por más lejos que llegue siempre volveré a casa a ver a mi mamá aunque ella insista que los hijos no vuelven jamás.

Recorro mi vida como si viera en un cine a solas las imágenes grabadas en celuloide. Crecer sin amor, Tentación, querer ser otro, buscar el amor que no me dieron en cuerpos indefensos, culpa, dolor y arrepentimiento ¿Porqué me da placer el dolor de un indefenso? ¡Porqué!

Nunca me gustó ceder a mis deseos, pero lo hice movido por un sentimiento tan poderoso como el mar que arrasa y se come las costas de este país, que finalmente terminará ahogado por el mar que le acaricia. ¿Y si algún día voy más allá, donde no me atreví a cruzar, a los campos del crimen? ¿Qué pasará el día que mis manos maten movidas para borrar las huellas que ellas hagan?

Mi vida no da respuestas porque es circular. La vida de todos lo es; una y otra vez, una pregunta tras otra como las cucharadas de comida que se traga un niño sabiendo que no podrá vomitar el alimento. Miedo insuperable, miedo a que no pueda sentir arrepentimiento y me vea frente a un juez con la mirada fría y el rictus en la boca aquel que adoptan todos para decirle al mundo: Aquí estoy, soy culpable y vuestra madeja de leyes me absolverá. Quizá tenga suerte porque los hombres como yo siempre la tienen cuando están frente a un jurado popular inepto.

¡Me siento completamente lleno de mierda!

¡Me he sentado en una mierda de perro! ¡Ahora si que me matan en casa! Ni siquiera puedo sacarme la mierda con una piedrita y tengo tantas ganas de echarme a llorar que no me aguanto, pero los niños grandes no lloran.

Hay un hombre sentado junto a la camioneta que se parece a la de mi papá. Si le pido que me ayude a limpiarme seguro me dice que sí.

- Señor, ¿me deja un pañuelo para limpiarme el pantalón?

Que hombre más raro. Le he pedido que me ayude a limpiarme el culo y ha cogido su mochila y ha salido corriendo como si yo fuera un fantasma. La rodilla aún me sangra, quizá me he muerto y no me he dado cuenta y por eso se asustó.

Me he metido dentro de la camioneta que estaba aparcada y no es la de mi padre. La nuestra es más bonita y tiene un perro que se le mueve la cabeza.

¡Qué tarde que es! Mi mamá ya debe estar en la puerta del jardín esperándome y yo aquí con una rodilla sangrándome y el pantalón lleno de mierda. ¡Seguro que mañana no me dejan venir con el traje de payaso!

A lo lejos oigo a mi mamá que me grita. Me voy a quedar quieto, si dejo de respirar quizá ella no se dé cuenta que huelo a caca.

- ¡Hijito, me tenías tan asustada! ¡No vuelvas a hacerme esto nunca más!

Yo creo que eso significa que me perdona ¡Qué feliz soy! ¡Mañana fijo que el jefe de los payasos me lleva en su circo por todo el mundo!

Sé que me has juzgado, incluso ahora que te conté mi historia.

EL FUTURO




























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Idiom : Spanish (urban version from 2009)
Place/time : Asylum, 6077 d.C (Others not allowed)

Recording... Remaining time – universal eternity
Please talk …


¿Esto ya está grabando?... A ver cómo nos entendemos.

Ejem, ejem... ¡Mierda de tecnología! ¿Qué era lo que yo quería decir? ¡Si no fuera por este robot que soporta todo lo que le hablo no tendría con quien hablar!

Vamos a ver; voy por la avenida de las delicias del asilo de ancianos. Hoy es un día precioso aunque a nadie le interese eso. Siempre empiezo hablando del clima, será una costumbre de anciana decrépita. ¡Uy! Que se me va la cabeza. ¿Ese bip bip bip será que esto está grabando o estoy hablando sola por la calle como las locas? Vamos a hacer una prueba.

Bajo, sigo bajando a paso lento, muy lento por la Avenida de las delicias. Tengo que llevar los cascos y las gafas al especialista para que me los ajuste porque apenas escucho los bip bip que me mantienen viva y proactiva.

Hoy estoy algo cansada. La inyección del robot enfermera me ha despertado cinco minutos antes porque su sistema determinó que yo estaba semi muerta. ¡Máquinas! ¡Estoy muerta desde hace cuatro mil años!

Las calles están llenas de baches que pueden hacer que una abuela como yo se descalabre. Debo esquivarlos porque me niego a montarme en esas plataformas voladoras individuales para recorrer la ciudad como si fuera montada dentro de un huevo transparente. He visto ya muchos accidentes con abuelos que se han chocado entre ellos y los robots enfermeros han corrido a inyectarles el vita-totta para que se levanten de una patada energética en el culo. Me niego a ello. Yo creo que soy una de las últimas que mueve las piernas y pisa con los pies de manera natural en las plataformas asfálticas de polietileno.

¡Estos cascos! Como se me caigan al suelo la hemos cagado. En fracción de segundos tendré un puñetero robot enfermera recogiéndolos del suelo y clavándomelos al cráneo. Mis cascos, son lo único que me mantienen viva, allí reproduzco la música de todas las épocas por las que pasó la humanidad. A mí especialmente me gusta esa electrónica que se hizo en el siglo 21 ¡Me trae tantos recuerdos de cuando estaba viva! Eran buenos tiempos, salía con mis amigas, tenía novios por todas partes, mi coche, mi piso de 15 metros cuadrados ¡Ah, qué recuerdos!

Los beats me mantienen respirando. Sólo me desconecto cuando tengo que dormir. Me recuesto en la cama y el robot enfermera me inyecta la solución que despereza mis venas y soy capaz de dormir por meses, pero ella siempre me despierta al día siguiente para que no me olvide que hay una razón para mantenerme viva: Vivir.

Hago todo lo que dice el robot médico holográfico: hago ejercicio físico todo el día conectada a esa música vieja, me trago las vitaminas que se inflan en mi estómago, y de vez en cuando hago algún viajecito interestelar con esas puertas dimensionales que aún no aprendo a usar pero que me despeinan todo el rato. ¡La madre que las parió! ¡Todo está diseñado para gente joven!

Un momento; tengo una llamada. ¡Es mi hija! A ver si un día me entero cómo van las gafas para comunicarme con ella y verla y oírla a la vez. Siempre se me va el audio y la imagen al carajo.

La navidad pasada mi hija adoptada me regaló esta puerta dimensional que es como una funda de almohada de las de antes pero más grande, y sólo tengo que extenderla en cualquier sitio para transportarme donde quiera (dentro del asilo) gracias a un ordenador que lee los pensamientos. Pero por más ella me lo ha explicado por espacio-conferencia como va la cosa, no me entero. Y digo yo, si fuera tan fácil de usar el cacharro éste ¿porqué no se compra ella una y me visita más seguido?. Seguro que es porque está ocupada con su trabajo, sus tres esposos y con los tratamientos para mantenerla siempre joven y viva... Si no me equivoco y me salen las cuentas yo creo que ella murió de manera natural hace un par de décadas pero se mantiene como una moto gracias a las inyecciones de vita-totta. Ahora que lo recuerdo, ella con ninguno de sus esposos se ha planteado adoptar hijos. Ella dice que eso es para humanas histéricas.

¡Humanas histéricas! ¡Será hija de puta! Si esa hija adoptada malagradecida mía supiera lo que sufrimos el año 2050 con el virus genético de los estadounidenses que se les descontroló por el aire y envenenó a todas las mujeres del planeta haciéndolas infértiles. Ese año el mundo se condenó a la extinción y, a la fecha, el mismo puñetero gobierno estadounidense sigue pidiendo disculpas. Nunca más una mujer podría tener hijos ni siquiera a través de inseminación. Todas las mujeres se secaron por dentro y ya no hubo razón para casarse ni buscar la felicidad. El individualismo creció como la espuma y los gobiernos mundiales comenzaron sólo a pensar en los seres humanos como unidades afectivas. El crecimiento demográfico se detuvo en seco y el último niño que nació por parto natural vino al mundo deforme con la misma cara de Michael Jackson.

En esta esquina debo tener cuidado. La esquina de la calle ferrocarril del asilo está hecha polvo y ha sido siempre conflictiva. En esta esquina siempre se chocan los abuelos montados en las plataformas. Por eso siempre hay una unidad vigilando que nadie se vaya a meter un piñazo porque es un gasto de energía desorbitante recoger a dos abuelos accidentados para revivirlos con la inyección esa y, menos aún dejarlos morir para cremarlos por petición de la familia.

Recuerdo Madrid con sus rascacielos y su gente joven volando por los aires a sus trabajos con la prisa que sólo tienen ellos; las mujeres divinas pasear ostentosas con sus maletines, los hombres obsesionados con los resultados del fútbol con el planeta vecino (los de las colonias exploradoras) ¡Ese es el Madrid que me gusta, el de hace unas décadas atrás!

Hubo un tiempo que la antimateria nos mantenía en un estado de guerra latente. Eso hasta el año 4058 en que, la que era nuestra principal fuente de energía, llevó la desgracia a medio oriente ¡Dónde más si no! ¡Esos hijos de puta que en nombre de su ridículo Dios son capaces de poner el mundo patas arriba! ¡Es increíble que, siendo que casi rozamos el 6077, aun tengamos gentuza que cree en cosas invisibles! Si fuera por mí les hubiese exterminado antes a ellos y no como hizo USA al exterminar a todos la raza oriental.

Mi hija, siempre que me llama, dice que me calme; ahora por ejemplo veo su imagen pero no tengo audio, pero sé que estará diciendo que no me meta en política universal a ver si me van a escuchar los del asilo y me van a tener durmiendo por días por rebelde porque que cada vez que me exalto no me tomo las medicinas. ¡No hay cosa que me joda más! ¿Qué es eso que me quede calladita? ¡Faltaría más! Una vez incluso me amenazó que si no dejaba de revolver el gallinero en el asilo con mis cosas contra USA iba a dar la orden para que me congelaran como a un palito de merluza ¡Eso le gustaría a ella porque así le saldría más barato el asilo!

Yo con las fechas me suelo hacer un lío. Después de todo sólo soy una vieja inútil aquí encerrada en la unidad de tratamiento de Madrid. Sé que hay unidades para viejos como yo por todo el mundo porque fue decisión de la Unión europea plantarlos por doquier y llenarlos de viejos inútiles como yo. Todo gracias a que un par de siglos atrás se demostró que los planetas colindantes eran aptos para la subsistencia humana si los colonos se inyectaban de por vida una proteína que transformaba cualquier gas en oxígeno ¡Y todo el mundo de mudó de planeta, incluso yo, pero aquí estoy de vuelta! Ya sabéis, los viejos estorbamos en todas partes.

Pero eso de la colonización universal fue antes del cataclismo de la antimateria que sacó al planeta de su eje de rotación. La Tierra comenzó a vagar por el universo como una pelota de ping-pong siguiendo una trayectoria que alteró las leyes gravitatorias, las mareas y ya no hubo razón para creer que había un Dios que controlaba algo ¡Si estábamos a la deriva en el universo, quien iba a controlar nada!

¡Si yo me pusiera a hablar no veas la que liaría!

Yo recuerdo que cogí a mi niña adoptada y me lié la manta a la cabeza y me fui con lo puesto. La Tierra se anegó completa como cuando llueve en Levante. Nos compramos un billete de estos interestelares y, antes del viaje, nos inyectaron la solución ésa para morirnos y revivirnos con el vita-totta, la enzima que permitía respirar en cualquier ambiente. Pero claro, para eso nos tuvimos que morir como seres humanos y renacer como colonos. Pero a mí qué más me daba, si era un pinchacito de ná. Era como una visa de las de antes. Claro, no todos tuvieron derecho a ella, pero ese es otro cuento, ya sabéis.

Yo, recuerdo que desperté en aquella sala de post operatorio con mi niña al lado que jugaba con las enfermeras robots y me asomé a la ventana. Al otro lado tenía el planeta tierra, tan bello y tan desgastado. De los antiguos continentes apenas se vislumbraban las costas; era casi todo mares y mareas. Y me sentí feliz de salir de allí. A mi familia la dejé viviendo en las plataformas marinas a esperas que aceptaran sus solicitudes también para emigrar.

Con el tiempo se diseñaron nuevas naciones y ciudades idénticas sobre las antiguas como se hizo con Troya en la antigua Grecia y la base era una gran plataforma semi translúcida donde, si te agachabas y te pegabas al suelo, podías ver la sombra de los pocos peces y bicharracos que sobrevivieron al cataclismo.

¡Este sitio está lleno de ancianos! Son seres humanos que se mantienen vivos a la fuerza hasta que quieran sus familias dejarles morir sin la inyección (que es cuando se les acaba el dinero que se paga por el asilo) o bien pueden volver con ellos si aceptan inyectarse vitta-young que es una porquería que te tiene meses vomitando dentro de una cámara de gas y te rejuvenece hasta tener treinta años. Dicen que las colonias están superpoblándose de ancianos de 30 años, todos guapísimos pero con ganas de morirse de una vez.

¡Fíjese usté! Aquí nos tienen, nuestras familias, en el asilo de Madrid toda entera para nosotros, conectados a un sinnúmero de cosas para mantenernos vivos. ¡Ni siquiera soy capaz de cagar si no es por algún tubito que tengo metido en alguna parte!

Un día voy a ceder. Voy a ir a la Seguridad social del asilo y me apuntaré al programa de rejuvenecimiento para que me dejen como cuando tenía 30 y, así pueda salir de aquí para irme con mi hija adoptiva aunque después solo tenga ganas de morirme.

No sé porqué la Humanidad llegó a este orden de cosas tan injusto. No entiendo porqué te mantienen vivo y no te dejan morir cuando te da la gana. Encima te castigan por tener el aspecto de un anciano y te mantienen retenido en un asilo. ¿Eso está bien?

Yo, si de mi dependiera, volvería al antiguo orden de cuando vivías ciento cincuenta años y luego te morías de manera natural. Ahora no; ese loco afán de super-poblar el universo con generaciones artificiales de jóvenes de cuerpo pero añejos de espíritu. ¿Qué va a ser de nosotros?

La ciudad asilo está tan fea con toda esa publicidad que nada más resalta la belleza de la juventud que vivo deprimida. Otro día saldré a dar un paseito un poco más allá de la calle ferrocarril, ahora estoy muy cansada y la energía de mis gafas pantalla y los reproductores cada día me duran menos. Creo que voy a llamar a uno de las enfermeras robot que están en cada esquina para que me enseñe cómo usar la puerta dimensional para volver a casa ¡Estoy tan desmemoriada últimamente!

Los días son tan luminosos dentro de esta pecera de planeta. Es como que nunca anocheciera, siempre hay luz artificial, si me caigo al suelo no me hago mucho daño, me alimentan, me mantienen viva y fresca, me cuidan e incluso algunos robots me quieren. Solo extraño a mi hija adoptada.

¡La echo tanto de menos que duele!

Me voy a casa, estoy harta de caminar por caminar. Debería dejarme morir para probar si algún robot de éstos se da cuenta y me revive a tiempo. Esta noche haré la prueba para ver qué tan sensibles son a los sentimientos humanos. ¡Uy! ¿He dicho humanos? ¡Pero si yo llevo muerta desde la época de la colonización! Si estoy viva gracias a todo lo que me inyectan.

¡hace siglos que no nace nadie de manera natural! Quizá eso es lo que hecho de menos más que a mi hija... Echo de menos la humanidad de la gente. A veces me pongo a pensar y llego a la misma conclusión: los seres humanos renunciaron a su vida para poder salir de un planeta agonizante a colonizar otras galaxias y mira lo que son las ironías que han vuelto a La Tierra nada más que los despojos de esos colonizadores transformados en trozos de piel andantes que se niegan a rejuvenecer.

¡Un día me voy a escapar sólo para dejarme morir y saber qué se siente que nadie venga a hacerte reaccionar artificialmente!

Cada vez escucho más débilmente los bips que me recorren. Voy a llamar a un robot enfermera que me ayude a regresar a casa porque estoy algo desorientada. Otro día seguiré hablando y grabando mis quejas de vieja aburrida.

¿Oís ese pitido?

... End of transmision....

LA QUEBRADA




Cuando ya me había acostumbrado a mi barrio donde nunca pasaba nada tuvimos la oportunidad de mudarnos algunas calles más hacia el cerro en unos terrenos que les llamaban tomas. Allí era suficiente con llegar con calaminas y cuatro palos para construir una casa. Mi padre, en su infinito ingenio, logró construir lo que se convertiría en nuestro hogar por años, lugar donde con el tiempo nacería mi hermano menor y terminarían de crecer mis dos hermanas.

El piso era de tierra y de vez en cuando teníamos que echar agua y apisonar para que no se levantara el polvo ni nos invadieran los alacranes. Tiempo después mi padre, con ayuda de mis tíos, volvería a construir todo de nuevo pero esta vez de cemento, haría muebles de madera, diseñaría un segundo piso y levantaría una reja con su jardín y su césped.

Por detrás del terreno había una gran quebrada donde todos los vecinos arrojaban la basura porque no teníamos sistema de recolección, ni agua potable, electricidad ni calles pavimentadas. Así que llegaba al colegio con los zapatos sucios hasta que aprendí a llevarme una escobilla y sacudirme antes de entrar a clases.

Había una niña. Se llamaba Gabriela. Ella y su familia vivían un par de calles más allá de la mía y para llegar a su casa tenía que rodear el cerro de tierra pasando por una calle llena de perros que siempre me salían al paso a morderme. Yo creo que de esos días me quedó la afición por correr a toda velocidad hasta quedarme sin aire.

Gabriela vivía en una casa que eran dos cuartos con piso de cemento, pero rodeada por un cierre de madera invadido por las ramas de unos arbustos que crecían de manera salvaje. Vista la casa desde afuera se podía pensar que allí vivía una familia de locos, pero no era así. Ella tenía un hermano más pequeño muy calladito, su madre estaba todo el día trabajando lavando y planchando ropa ajena y con el tiempo se hizo muy amiga de mi madre. Ambas sabían lo que era ser de origen humilde y darlo todo por su familia para sacarlos adelante.

Gabriela también tenía padre, por desgracia, pero no era el típico padre que se desvive por los suyos como el mío. El padre de ella siempre volvía borracho, no sé si les daba palizas a ellos o a su esposa, pero su presencia era inquietante. Recuerdo que siempre que yo estaba en su casa y él llegaba venía y me daba un par de palmaditas en la espalda de cariño. Era un hombre afectuoso, pero torturado por alguna razón que un niño nunca sabrá, y por eso bebía hasta perder el sentido.

Gabriela intentaba por todos los medios relacionarse con los demás niños del colegio y, aunque tenía todas las papeletas para ser una niña aislada, nunca lo fue. Siempre se integró, se reía con facilidad, hacía las tareas y cumplía con todo lo que podía cumplir, pero el resto de los niños del colegio se burlaban de ella porque era pobre y venía con los zapatos sucios. A veces, si me la encontraba antes de entrar a clases, le prestaba la escobilla de zapatos y le ayudaba en todo lo que podía de las tareas. No creo que haya tenido yo más de diez años cuando la conocí.

Del colegio guardo los mejores momentos de mi vida y también los peores cuando los niños se burlaban de ella. Como yo era flaquito poco podía hacer para defenderla y soñaba con ser como Charles Atlas para salir a protegerla.

De ella se burlaban absolutamente todos; desde niños, apoderados y profesores pero ella se lo tomaba bien porque tenía un sentido del ridículo a prueba de balas. Siempre que le decían algo para herirla ella se reía con una risita tímida y se disculpaba diciendo que tenía el delantal roto o los zapatos sucios porque su familia era pobre y vivía en el cerro (pero se callaba el que su padre era alcohólico y a veces no llegaba a casa por dormirse en las calles)

Los niños y las niñas creo que tienen disculpa al burlarse de otros más desfavorecidos porque se están formando y el criterio se gana con los años.

El problema eran los profesores que bromeaban con la higiene y el extraño tinte rojizo de la piel que tenía Gabriela. Hubo una, especialmente malvada que siempre la humillaba. Un día la sacó adelante y pidió al curso entero que le ayudaran con cosas que les sobrara en casa. Una niña prometió al día siguiente regalarle una pasta de zapatos negra y otro dijo una escobilla. Gabriela volvió a sentarse a su pupitre avergonzada. Ya no reía y yo permanecí en silencio viendo como la maltrataban. En mi interior sabía que eso no estaba bien y me paré indignado pegándole un grito a la mediocre que teníamos por profesora de Técnico manual, Mª Isabel, pero nadie me apoyó y terminé e una esquina de la sala de clases limpiando la pizarra y barriendo. No sé si de esto se acordará alguien, pero yo si.

Me propuse ayudarle en todo lo que pudiese. Iba a su casa, le ayudaba con las tareas, le ayudaba con las maquetas de Ciencias naturales, le prestaba mis cuadernos si ella se enfermaba e intentaba no dejarla sola. Un día otra profesora que teníamos de Castellano, le arrojó el cuaderno al final de la sala porque estaba manchado de mantequilla y le metió una sonora cachetada que nos dolió a todos o al menos a mí más que todos. La profesora se llamaba Uberlinda y de linda no tenía nada.

Al año siguiente a esta mujer la cambiaron de colegio, pero yo creo que la internaron en un psiquiátrico porque estaba desquiciada. Gabriela no fue la única que sufrió sus cachetadas, pero a mi nunca me hizo nada. Si lo hubiese intentado no sé qué hubiera hecho. Por esa misma época me gustaba leer y recuerdo que mi libro favorito era “El niño que enloqueció de amor” y por su lectura andaba siempre en las nubes maquinando cómo matar a esta maestra. Incluso creo que un día intenté hacerle una zancadilla al borde de las escaleras para que se rompiera la crisma, pero como éramos tantos críos corriendo por salir del colegio, no se dio cuenta y salió ilesa.

Desde ese día de la cachetada, Gabriela comenzó a reír menos, pero era una niña muy fuerte y se guardaba todo dentro.

Siempre me acuerdo de ella con su pelo ondulado y castaño. Sus ojos expresivos, sus gramitos de más y sus granos rojizos en la piel del rostro. Granitos que todos los críos de mi barrio nos ganamos por toda la basura que se arrojaba en la quebrada que estaba al otro lado de mi casa. Esa quebrada que sólo atraía miseria y sarna a los niños.

Con los años las cosas no fueron a mejor. Su padre, un mal día, ya no volvió a casa. Se dedicó a vagar por las calles como un indigente preocupado más de beber vino. Se paseaba cerca del colegio por una plaza donde yo siempre le veía. Las primeras veces me reconocía, pero con el tiempo su vista se hizo nebulosa y dejó de reconocer mi rostro más por vergüenza que por mala memoria.

Gabriela se mudó de esa casa con su madre y su hermano pequeño a otra ciudad, a La Serena, donde los tres comenzaron una nueva vida. Ella jamás olvidó a su padre y, siendo ya adulta, cada vez que venía se quedaba en mi casa para peregrinar por las calles buscándolo para llevarlo a casa, pero él nunca viajó de regreso. Ella siguió intentándolo por años sin resultado hasta que un día nos enteramos que le habían encontrado muerto en la calle.

Lo último que supe de Gabriela es que había cambiado la ruta que tenía como azafata de Pullman bus y ahora viajaba al sur lo más lejos de la ciudad nortina donde nació.

A veces cuando me acordaba de ella salía del patio de mi casa y me iba a la quebrada de donde ella se ganó la sarna que siempre le acompañó de niña y la echaba de menos. En el cerro una vecina del barrio había construido una animita con una virgen y subía hasta ella para admirar la ciudad. Era una de mis pocas distracciones: subir el cerro y ver toda la ciudad con sus calles de tierra y pavimento, los coches pequeñitos, los camiones de la mina y las micros que llevaban y traían niños a la escuela para educarlos en la tolerancia a los demás. Tolerancia que Gabriela nunca sintió. Ella merecía un final feliz a su infancia pero Dios había decidido que perdiera por las calles a su padre sin más.

Por eso desde pequeño aprendí a no creer en Dios ni en su promesa. Me metí a cuanta iglesia evangélica, metodista, mormona, testigo de Jehová y absolutamente contraria a la religión católica como manera de insultarle por lo injusto que era con algunos. Vagué de iglesia en iglesia aprendiéndome rezos y cánticos evangélicos hasta que me di cuenta que se trataba del mismo Dios de injusticia. Y desistí de Él. Me harté y renuncié a creer porque si.

Con los años todo el mundo tuvo un lindo final: los chicos y chicas del colegio siguieron estudiando carreras profesionales (incluyéndome), la profesora Uberlinda tuvo un hijo bellísimo y seguro no recuerda a Gabriela ni a todos los que abofeteó, la profesora Mª Isabel aprovechó sus dotes espirituales, que nadie sabía que tenía, y se hizo algo así como médium-consejera-espiritual cambiándose el nombre a María Ángel y se hizo famosa en la ciudad, yo estudié Ingeniería de minas y Gabriela, bueno, de ella no se nada desde hace años. La última noticia que supe fue cuando la visité en La Serena y pude comprobar que aun conservaba un poco de la sonrisa tímida que tenía.

La quebrada donde la gente echa la basura y toda su mierda aun está detrás de la casa de mis padres. Sé que con el tiempo han prohibido seguir tirándola allí porque ya hay sistema de recolección, pero la gente persiste en lanzar por los aires bolsas llenas de desperdicios de vez en cuando.

Gabriela era como una Gran Quebrada donde todos echaban su mierda. Todos se descargaban con ella: las profesoras consejeras espirituales, su padre, los chicos y las niñas del curso porque ella llegaba a la escuela con la cara y los brazos con sarna y los zapatos sucios. Pero Gabriela siempre fue al colegio intentando conserva la sonrisa. Me gustaría saber cuántos de los que siguen arrojando mierda a la quebrada de mi barrio, pueden decir lo mismo luego de arrojar sus desperdicios allí.
¡Cuántos...!

THA' BOMB !


Tha’ Bomb!


La gente y su obsesión por la seguridad.

La gente paga por sentirse segura; gente que jamás ha tenido confianza en sí misma paga seguros de vida, de hogar, de coches, garantías técnicas de productos, ¡todo! para sentir que alguien se responsabilizará por su inmensa inutilidad al momento se enfrentarse a un problema de la vida diaria. Inútiles, desconfiados, histéricas y malhablados; todos ellos contratan un seguro para sentirse responsables y cuando llega el momento de recurrir a ellos dan rienda suelta a toda su prepotencia e ignorancia (porque jamás se leen la póliza que ha contratado y, con suerte, sabrán con qué compañía lo han hecho). ¡Lo quieren todo ya porque para eso pagan religiosamente una póliza que cubre todos los imprevistos y descubre toda la acuarela que constituye la estupidez humana.

Un día te levantas deseoso de liberarte de domiciliaciones bancarias y haces el intento de librarte de todas ellas aunque tengas que esperar al teléfono largos minutos y responder cuestionarios de calidad del servicio. Pero desistes. Es domingo.

Ese día te decides a probar en carretera tu coche nuevo con garantía de 2 años y el sistema de alarma de seguridad por si intentan robártelo. Será un viaje muy seguro porque tienes tu póliza con asistencia en carretera por si te quedas tirado en el medio de la nada, el seguro de vida que el banco te exige con la hipoteca que te ahoga cada fin de mes, los contratos de telefonía e Internet que te mantienen on-line con el mundo, el seguro en caso que te pierdan las maletas en el aeropuerto (pero ese día no lo usarás), el de casa por si te dejas las llaves dentro o por si estalla el gas del vecino de abajo, el seguro médico en caso que te intoxiques con el bocadillo que comprarás en el área de servicio y el seguro de superprotección millonario que no sabes muy bien para qué sirve, pero lo tienes. Y marchas feliz porque sin duda será un viaje placentero. Te sientes seguro.

Tienes la sensación que la hipoteca te ha atornillado a una ciudad pero no importa. Es un paso importante en la vida de un hombre: tener un lugar propio donde vivir aunque tenga treinta metros cuadrados. Aunque la verdad, piensas que después de haber firmado ese compromiso con tu banco ya no podrás mudarte tan fácilmente de país. Te has robado a ti mismo: tu libertad de movimiento.

Antes de meterte al coche, insistes una vez más en llamar al teléfono de lo primero que se te ocurre para darlo de baja, digamos la póliza de superprotección del banco. Ocurre lo que sospechabas: te pasan de un teléfono a otro ¡Dios! ¡Nadie te super-protege! Finalmente cuando dejas de quejarte a una grabadora logras hablar con un ser humano que te dice que no sabe dónde remitirte para dar de baja el seguro en cuestión y que llames mañana porque no son horas. Cuelgas sintiéndote estúpido.

Te sientas al volante despreocupado y sales de viaje con tu coche nuevo. En casa, tu casa por la que te has hipotecado, quedan tus dos compañeros de piso que has cogido para paliar este gasto porque de otro modo con tu sueldo no llegas.

Conduces con la intención de irte a pasar el día a tu casa del pueblo, también asegurada, y poder disfrutar algunos días de ella.

¡Por fin un imprevisto! Ya estás preparado para usar la primera garantía que tienes disponible: te quedas tirado en mitad de la nada por culpa de una abrazadera que tu coche nuevo no trae para sujetar el manguito del turbo. Llamas a la asistencia, siendo conciente que quien te responderá está al otro lado del mundo trabajando por menos dinero y le pides que te ayude. Gracias a dios no tienes hijos, ni perros de caza, ni remolques con caballos, ni abuelas hemipléjicas que llevar en tu paseo porque resultan ser obstáculos para la asistencia en carretera. Te mandan una grúa para llevar el coche a un concesionario oficial que no conoces, te envían un taxi para llevarte a una casa de alquiler en un aeropuerto y al llegar a ella la de la agencia se da cuenta que tu tarjeta de crédito no tiene suficiente dinero para bloquear como fianza en caso que regreses el coche sin combustible. Protestas, llamas quince mil veces, insistes y te envían un taxi para llevarte a tu destino. Como ya te has amargado pides al taxista que te traiga a casa de regreso porque las ganas de paseo ya las has perdido.

El taxi te deja en el portal casi al anochecer, derrotado. No sabes donde se han llevado tu coche pero te da igual. Mañana llamarás y, después de unos minutos, la voz de la grabadora se tornará humana.

Al entrar a tu piso, que tanto te costó al hipotecarte, compruebas que en tu ausencia tus compañeros han organizado un after-hour dominguero con todos sus colegas de la facultad donde estudian y los vecinos han llamado a la policía para acabar la fiesta. No te da tiempo ni siquiera a tomarte una copa para pasar el mal trago, pero te tranquilizas fumando un cigarrillo que has encontrado en el lavabo del baño.

Cuando por fin se va el último de los extraños que invadía tu casa piensas en echar a tus compañeros, pero como ya es de noche lo dejas para el día siguiente. Hablas con una de ellos, con la chica y, educadamente sin perder los estribos, le dices que al día siguiente tendrán que limpiar todo.

Tu otro compañero de piso ha bajado a despedir a su novio, con el que se ha peleado al llegar la policía, pero sabes que regresará haciendo ruido porque se habrán reconciliado y se lo traerá de vuelta para tirárselo toda la noche en su cuarto con el consabido escándalo de gemidos que suelen hacer.

Minutos más tarde el chico regresa solo y sin dirigirte la palabra se va a su cuarto más ofendido de lo que estás tu.

Todo el mundo ya está en la cama. Mañana todo volverá a la normalidad.

A medianoche un silbido extraño te despierta y saltas al baño donde una cañería ha explotado y llamas al seguro de hogar, pero como es domingo, no vendrá nadie hasta el día siguiente para arreglar el desperfecto. Así que te toca cortar el agua. Tus compañeros te ayudan, pero de mala gana.

Te recuestas en el sofá del salón y no paras de escuchar a tu compañera de piso hablando por teléfono con su novio sobre lo hijo de puta que has sido al cortarles la fiesta. Y te pone verde y habla a viva voz para que te enteres que es de ti que están hablando. Por fin decide colgar y logras conciliar el sueño.

Son las dos de la mañana. Tu compañero de piso ha abierto la puerta a alguien y das por echo que es su novio que pasará la noche en su cuarto. Tienes tanto sueño que te da igual. Te levantas del sofá y te vas a tu cuarto.

A las tres de la mañana alguien toca el timbre de casa insistentemente como si fuera el fin del mundo. Abres la puerta de tu habitación y tu compañero de piso habla por el telefonillo con alguien que resulta ser su novio ¿entonces con quién está en su cuarto? Pues será otro.

Le escuchas hablar en susurros y vuelves a la cama pero cinco minutos después alguien está pegando patadas a la puerta mientras que en la calle alguien le da al timbre como si fuera una bandurria.

Sales al pasillo. Ya están todos despiertos. Tu compañera de piso semidormida te pregunta quién está golpeando como si fuera tuya la culpa. Tu compañero de piso se deshace en disculpas porque es su novio con el que lo ha dejado esa noche y por eso ha llamado a otro noviete de repuesto. Lo único que te incomoda es que ahora hay alguien en la calle que viene a meterle una paliza a quien se cruce en su camino. Amenazas con llamar a la policía. Tu compañero de piso sale a la calle y se queda allí muerto de frío intentando convencer a su novio cornudo que se vaya a casa y que lo suyo se ha terminado. Sin resultado, obviamente.

El chico vuelve a casa dando un portazo y aprovecha para sacar de su cama al novio de repuesto y lo larga a la calle sin importarle que se encuentre con el que le daba de porrazos a la puerta. Veinte minutos más tarde se escuchan voces y gritos en la calle, pero luego se hace un silencio sospechoso. El teléfono móvil de tu compañero de piso no para de sonar y éste termina hablando a gritos con no sabes quién.

¡Tienes tanto sueño! Rezas porque los romeos que se pelean en la calle terminen de disputarse a la maricona rompe-corazones y se abra de una vez la puerta del piso para que entre el triunfador con un ojo en tinta y se vayan todos de una vez a dormir. Pero no.

La maricona rompe-corazones sale a la calle a calmar los ánimos y vuelve a entrar solo, esta vez llamando a tu puerta para contarte que en la puerta de la calle ha tropezado con una mochila y unas cajas extrañas. Tu compañera de piso se despierta y llama a su novio para contarle todo lo que está pasando a todo volumen.

Llega el novio de la chica a casa. Son las cuatro de la mañana, también ha visto las cajas y la mochila con un equipo de dvd dentro y, como él está estudiando para policía nacional, decide sin consultarle a nadie que eso es una bomba artesanal que ha dejado el novio cornudo de tu compañero de piso. Y la paranoia en el ambiente se puede cortar con un cuchillo.

Te preguntas como un dvd puede servir para detonar una bomba, pero te auto convences que eso no te está pasando.

Por consejo del estudiante de policía decides llamar a los maderos que te piden todos tus datos desde tu nombre hasta la talla de calzoncillos que usas y al sonido de la palabra “bomba” escuchas al otro lado del auricular algo como sonidos de hojas frotándose entre sí que simulan el sonido del trabajo frenético y profesional. Ese sonido te tranquiliza.

Llamas a tu seguro de superprotección decidido a poner a alguien como beneficiario para cobrar una fortuna por la vida que estás pronto a perder por culpa de una bomba artesanal activada por un equipo de dvd. Hablas con una mujer semidormida que te toma los datos y te dice que ya te llamarán al día siguiente aunque para cuando eso sea quizá ya hayas volado por los aires: tú y los muebles del Ikea con los que adornaste tu piso de hipoteca de por vida.

Pasa media hora. Nadie viene a verificar si eso es una bomba o es un dvd metido en una mochila entre unas cajas inservibles. Eso es lo que has sospechado desde el principio, pero como la paranoia se puede palpar, nadie tiene tiempo de escucharte.

Bajas decidido a la calle a ver si algún policía se digna a venir pero nada. Sólo encuentras al novio cornudo en la esquina haciendo guardia muerto de frío y le das veinte euros para que se coja un taxi y deje de hacer el ridículo. Del novio de repuesto no hay rastro. Al volver al portal hay un par de chicos jalándose un par de líneas sobre los cubos de basura y decidido te vas hacia ellos y les pateas los cubos. Se quedan boquiabiertos y huyes antes que reaccionen dentro del portal. A tu espalda los chicos aquellos te gritan que te van a partir la cara y te das cuenta que unos de ellos es Taurinho, el dueño de tu bar favorito del barrio. Ya le pedirás disculpas por no haberle reconocido.

Al llegar al piso vuelven a tocar al telefonillo de manera insistente. Es Taurinho, tu amigo dueño del bar, que está como un enajenado porque le has jodido su último tiro. Vuelves a llamar a la policía y tu compañera de piso reza por que venga algún policía guapísimo de ojos azules a detener todo ese escándalo. Tu compañero de piso reza por lo mismo. El estudiante de policía manosea tus vinilos de los Rolling Stones.

Son casi las seis de la mañana. La policía no ha venido y te vas a la cama esperando que, por una vez en la vida, la inútil fuerza de seguridad del estado no haga su trabajo y que lo que está en el portal sea una bomba de las de verdad que explote en mil pedazos el edificio completo, a tus compañeros de piso y al novio-estudiante de policía. Rezas también que la onda expansiva alcance en el taxi al novio cornudo; que explote Taurinho y sus gramos de coca, los cubos de basura, tus vecinos quejumbrosos y toda tu puñetera vida relamida apegado a un sinnúmero de seguros de vida y salud que no te garantizan ni la tranquilidad ni la seguridad que todo el mundo parece tener menos tu.

Amanece. Es lunes. Tus compañeros de piso se han quedado dormidos y no van a clases. La casa apesta a alcohol, cigarrillos y hay alguien durmiendo en tu sofá favorito: es el novio de repuesto que no sabes en qué momento entró a casa. Eso significa que has logrado dormir al menos dos horas.

Vuelves a dar el agua. El baño se inunda pero tu has logrado ducharte con cuidado de no cortarte las plantas de los pies con los cristales de una botella de whisky.

Desayunas, haciendo un hueco entre toda la mierda de cajas de pizzas que hay en la mesa de la cocina y sales contento a la calle. No sabes porqué estás tan eufórico. Tienes tu casa invadida por dos irresponsables que tendrás que aguantar no sabes por cuánto más, no sabes donde está tu coche, tu tarjeta de crédito esta al mínimo y hueles a tabaco. Haces parar un taxi que te lleve al trabajo y al bajarte en Gran Vía con Callao el sol de la mañana te da en toda la cara. Te pones tus gafas de sol para disimular un poco tus ojeras. Antes de meterte a la oficina te beberás un café para despertar, pero mientras haces la fila se acerca a ti una indigente con un carrito de la compra y, sin mediar palabra, te da en la cabeza con un libraco y se marcha como si nada protestando porque la gente no ve el mundo con sus propios ojos.

El golpe te despierta completamente. Ya no es necesario café ni nada. Sales a la calle en búsqueda de esa extraña mujer, pero ya no está. Tienes la sensación que algo ha sucedido, algo mágico te ha cambiado. Te quitas las gafas y miras al sol de la mañana. Coges el móvil y llamas a tus compañeros de piso hasta que te responden semidormidos y les dices saboreando cada palabra como si deslizaras la lengua por el filo de una cuchilla:

¡Fuera de mi casa ya, hijos de puta!

Tiras tus gafas de sol. El sol brilla más.

Has tomado la primera gran decisión de todas las restantes que tomarás ese GRAN DÍA.